Política y corrupción

Es curiosa la relación de los políticos con la corrupción. Todos aseguran que la aborrecen personalmente y que la consideran uno de los mayores males de los países.
El Banco Mundial y otros organismos internacionales calculan que cada año se paga en sobornos más de dos billones de dólares, el 2.7 por ciento del PIB global, y es solo una parte de la corrupción.

¿Cuánto cuesta la corrupción en Ecuador?
La Contraloría debería ser capaz de darnos la respuesta, pero si nos atenemos a la cantidad de dinero recuperado, tendríamos que concluir que no existe corrupción en el país.
Los partidos políticos no tienen equipos de investigación que den cifras; la Asamblea Nacional ha renunciado a la mitad de sus funciones, la de fiscalización; los medios de comunicación no pueden realizar investigaciones por los riesgos que correrían.

Un comentarista decía hace pocos días que hay políticos de oposición que creen que a nadie le interesa la fiscalización y se habla despectivamente de “comisiones anti impunidad colgadas de las Naciones Unidas”.

Este año han quedado abiertas rendijas por donde se ha podido ver los montos y los mecanismos de la corrupción en el mundo.

La crisis política de España se debe, en gran parte, a los escándalos de corrupción; en otros países europeos han caído gobernantes y figurones de la política; los corruptos dirigentes del fútbol mundial cayeron gracias a las investigaciones de Estados Unidos; en Brasil se derrumbaron la presidenta y el líder del Partido del Pueblo y en Argentina se descubre cada semana algún depósito de billetes de algún funcionario corrupto de la “década ganada”.

El caso de Argentina es el que mejor muestra esa extraña relación entre política y corrupción. Al gobierno actual no le interesa que la expresidenta sea procesada judicialmente porque si llega a ser sentenciada se acabará como candidata y el gobierno le necesita para derrotarla en las elecciones del año próximo.

El combate a la corrupción y la impunidad son herramientas de uso de la política partidista.

En el juego político entran la negociación de impunidades, el silencio, la traición y el chantaje. Cuando un funcionario corrupto pasa a la oposición, ¿qué puede ofrecer que no sea financiamiento para la campaña o información del enemigo? y ¿qué puede buscar que no sea impunidad gracias a la inmunidad que ofrecen algunas funciones? Si los corruptos pasan de un bando a otro contaminan a todos.

El combate a la corrupción es indispensable no solo para sanear los partidos y prestigiar la actividad política sino para hacer posible el desarrollo y ganar la batalla contra la pobreza.
No hay interés en doblegar a la corrupción; los pocos escándalos que se ventilan son enterrados por el tiempo y el olvido; los responsables de esclarecer los casos más bien hacen agua lodo para evitar el costo político para los partidos o los gobiernos.

lecheverria@elcomercio.org