Un poema olvidado
“Después de rodeado nuestro Colegio Máximo con soldados, a la madrugada del día 20 de agosto de 1767, tocó la campanilla de la portería a las cuatro y media de la mañana, el Sr. Presidente de la Real Audiencia, Dn. José de Diguja,….”.
Así comienza Juan de Velasco su relato de la expulsión de la Compañía de Jesús dispuesta por el rey Carlos III debido al poder económico y político que habían alcanzado los jesuitas.
El día martes de esta semana se cumplieron, por lo tanto, 252 años de este hecho poco recordado por los profesores de historia. No obstante, la expulsión de los jesuitas marca, por así decir, el comienzo del fin del dominio español, debido a las consecuencias que produjo.
Como bien anotó Juan Valdano en un estudio sobre el tema, la expulsión de los jesuitas contribuyó decididamente al nacimiento de una nueva conciencia en la incipiente sociedad colonial. El mismo Padre Velasco escribió en el destierro su “Historia del Reyno de Quito” con el fin de refutar a los académicos franceses que consideraban imposible la vida racional en los trópicos; y a pesar de sus errores y fantasías, esa Historia expresa una nueva visión de la sociedad quiteña sobre sí misma, y es el punto de partida para el conocimiento de nuestro remoto pasado.
Entre los notables jesuitas quiteños que sufrieron el extrañamiento, una figura casi olvidada es la del Padre Nicolás Crespo, nacido en Cuenca, de quien solo se sabe que escribió en latín una “Elegía” para llorar el destierro. Aquella “Elegía” fue incluida por Velasco en el “El Ocioso en Faenza”, y ya en nuestro tiempo, fue el Padre Aurelio Espinosa Pólit quien la tradujo, conservando el mismo acento emocionado del original.
“Ya dejamos la patria, dulces campos queridos,/ dulces elisios campos de inalterable clima./ A tanta prenda amada con ayes doloridos/ el adiós fuimos dando que el corazón lastima”, dice el Padre Crespo, y más adelante, glosando el decreto real de la expulsión y la forma en que fue cumplido, hace el siguiente comentario, cuya brevedad agiganta su fuerza: “América fue siempre madre para el Hispano, y España, para mí, ¿qué ha sido? Una madrastra.”
No existe en nuestra literatura colonial ningún otro texto que pueda ser considerado tan nuestro como éste. La literatura quiteña colonial, en efecto, solo nos ofrece el opaco panorama de una literatura española escrita en América sin ningún entusiasmo; el primer texto poético que no fue escrito para demostrar habilidad en el cumplimiento de reglas ya establecidas, sino para expresar una real emoción, una relación viva y amorosa con la tierra natal, es la “Elegía” de Crespo, en cuyas estrofas, además, se revela con absoluta claridad un distanciamiento de España y una conciencia de no ser español, sino americano.
Hoy, cuando echamos tan de menos el espíritu de civismo y de la relación solidaria con nuestra sociedad, lecturas como ésta no deberían faltar en las faenas escolares.