De placas y monumentos

Los seres humanos poseemos virtudes y defectos, generalmente en proporciones adecuadas y equilibradas; no faltan aquellos individuos cuyas vanidad, prepotencia, codicia y ambición ilimitada de poder, las refuerzan con mentiras, maldad y corrupción, actitudes que juntan a las mentes débiles de fácil convencimiento con sofismas y malintencionada elocuencia, como expresa Ortega y Gasset en su “Rebelión de las Masas”: “La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad”. El gobierno de la década del oprobio convenció a ciudadanos y funcionarios cándidos y creó un colectivo del fraude, de la coima y del hurto mediante el cual se apoderó de todos los poderes del Estado y recursos del pueblo.

Respiramos un aroma esperanzador, que anhelamos cubra a toda la patria, la justicia ha sentenciado a varios delincuentes poderosos y como parte de la reparación al escarnio social se expondrá al público, en la Plaza de Independencia, una placa metálica que lleve impresas frases que recuerden a los futuros mandatarios que no deben apoderarse del dinero de los ciudadanos. Es una gestión justa, pero incompleta, porque así como la corrupción nos mancilló durante diez años, también nos han enorgullecido personajes que mantuvieron en toda su vida una batalla sin cuartel en contra de la corrupción. Hace pocos días falleció un adalid de esta lucha, el economista Jorge Rodríguez. Antes habían dejado de existir el doctor Julio César Trujillo y el economista Eduardo Valencia, otros dos incansables y frontales combatientes anticorrupción. Consideramos muy importante, como buen ejemplo para las generaciones actuales y futuras, perennizar estos nombres en otra placa, en la misma Plaza, con letras grandes, que enaltezcan el trascendente legado de estos tres héroes verdaderos. Si, para vergüenza de la ciudad, se colocó en la Mitad del Mundo una estatua del expresidente argentino Néstor Kirchner y se condecoró en la Asamblea a la expresidenta Cristina de Kirchner, enjuiciados por actos de corrupción en su país, ¿no constituiría un justo acto de desagravio a la capital, honrarla con los bustos de estos tres ejemplares ecuatorianos?
La Asamblea rindió un merecido homenaje al economista Jorge Rodríguez, ¿por qué no respaldó su lucha? Se repiten los errores de los asambleístas que se silenciaron ante las acciones de terror que produjeron los dirigentes campesinos el año anterior en la ciudad de Quito y en el mismo Palacio Legislativo al que invadieron; ¿por qué, en lugar de exigir explicaciones a los mencionados líderes rurales, llaman a juicio a la ministra que frenó esos desmanes? Esa conducta inexplicable es la impulsora de la indisciplina, del desorden y del desastre social que recibimos como herencia de una década de abusos y desgobierno.

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