¿De qué se ríe el malvado? ¿Por qué se ríe el cínico? ¿Qué se esconde detrás de sus sonrisas? Uno puede sonreír y ser un bellaco. La risa necesita cierta inocencia, nace de la franqueza; es contagiosa, surge del humor y el humor es ingenioso, nos muestra lo inesperado de la vida. La risa es el lenguaje que, entre iguales, intercambian seres inteligentes y superados. Aquel que se siente infeliz estará condenado a bostezar hasta la eternidad. Si el cínico se ríe es porque pretende, con ello, desarmar a aquel que lo increpa por la maldad de sus actos.
Cuando un tirano es desplazado del poder a causa de sus abusos, las iniquidades cometidas por él pesan tanto que lo hunden en la censura y el desprecio del pueblo que gobernó. Su pasado lo condena. Se exilia, huye de la justicia. El despecho, la revancha y la ira lo consumen. Hosco y sombrío no le queda sino la máscara, guardar las apariencias; le queda la risa irónica. El humor fue, para él, una forma de venganza. Con el látigo de su ironía y el insulto fustigó a sus contradictores; dejaba muy en claro que no estaba a la altura de la alta dignidad que le confirió el pueblo.
Y llega la hora en que un alto tribunal de la República lo llama y lo juzga. Desde una fingida superioridad, el tirano mira y oye con despreciativo mohín a quienes lo juzgan. Su orgullo le impide reconocer que está en otro momento de su vida, que ya no es aquel que, con su sola mirada, intimidaba a los jueces; que ya no está en uno de sus aburridos shows hebdomadarios ni se halla rodeado de sus esbirros y payasos ni frente a un auditorio de arrebañados aplaudidores. Y cuando le preguntan sobre esto y aquello esboza una cínica sonrisa. Y con inaudita desfachatez responde que no sabe nada, que no recuerda nada (¡él, que había enarbolado el “prohibido olvidar”!), que otros respondan por él. Y aunque sabe que ya no funcionan sus rabiatas de necio y majadero, sin embargo torna a ellas, renace el bravucón. Y amenaza: “No voy a tolerar a los politiqueros de siempre. Si me molestan ¡me levanto y me voy!”
Lo necios no cambian; persistir en su fatuidad es lo que les define. Lo malo, lo trágico es cuando a uno de ellos se lo encarama al potro del poder y comienza a gobernar. No tardará en izar el estandarte de “su” revolución. ¡Un parto de los montes! En su obcecada y fanática visión del mundo estará convencido que con él comienza la historia. La razón es solo una y esa es suya. Y es entonces cuando retorna Atila. Y bien sabemos que ahí donde el bárbaro trajina ni la hierba vuelve a crecer. En el Ecuador, cada cierto tiempo revolotea la sombra de un tirano; sombra maléfica y profunda bajo la cual ni la libertad ni la honra ni la democracia respiraran. Y no faltarán devotos que mantengan vivo este culto de tinieblas. Su alzhéimer es crónico. Cínicamente sonríen. Y no recordarán nada.