Guillermo Lasso decidió la disolución de la asamblea muy tarde. Ya en la aflicción de su fracaso. En el sombrío andén entre el purgatorio y el infierno. Si lo concebía en la oportunidad debida, la consulta o la disolución, el curso de la historia era otra; Lasso perdió la oportunidad de desmontar la maraña autoritaria impulsada por la obsesión hegemónica del correísmo, reciclada del pensamiento marxista de Antonio Gramsci. Pero no pudo o no quiso.
No es sólo Lasso el que se vio obligado a recortar su mandato. Con diversas causales particulares, la historia perturbadora de América Latina arroja como un triste saldo de mandatos truncados por convulsiones y golpes de Estado, basta citar los siguientes:
Jean Beltran Aristide, en Haití (2004), primer presidente democrático de su historia, fue derrocado. Otros dijeron que había renunciado. En Paraguay, Raúl Cubas (1999) y Fernando Lugo (2012). En Guatemala, Jorge Serrano (1993) y Otto Pérez Molina (2016). En Brasil, Fernando Color de Melo (1992), Dilma Rousseff (2016). En Argentina, Fernando de la Rúa (2001), Adolfo Rodríguez Saá, dimitió (2002); y, Raúl Alfonsín resignó su mandato, (1982). Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, procesado y derrocado (1993). José Manuel Zelaya, en Honduras (2009), por pretender una reelección inconstitucional. En Perú, Alberto Fujimori (1993), Pedro Pablo Kuczynski (2018) y Pedro Castillo (2022).
En la etapa democrática ecuatoriana, cuatro presidentes (incluido Lasso, 2023) no lograron culminar su mandato: Abdalá Bucaram, declarado incapaz mental (1997), Jamil Mahuad (2000) por el golpe militar de los coroneles, Lucio Gutiérrez (2005) por «abandono del cargo»
Los politólogos tratan de comprender y explicar los desequilibrios del presidencialismo latinoamericano. Una mezcla de crisis económica, convulsión social, disfuncionalidad institucional, populismo, cultura confrontativa, corrupción, etc., lo cierto es que la democracia tiene muy poco arraigo y débil instalación en América Latina.