Michel Foucault decía que la episteme de la modernidad (es decir, la forma del saber propia de los siglos XIX y XX) tenía tres fundadores: Marx, Nietzsche y Freud. Para los tres, la verdad del respectivo objeto de su estudio no estaba en los fenómenos que hacían visible su existencia, sino en aquello que tales fenómenos ocultaban. Así, la verdad de la historia no está en los hechos políticos que configuran su imagen, sino en las estructuras económicas que subyacen a la lucha política (Marx); la verdad de la moral no se encuentra en las palabras ni en los actos de los individuos, sino en sus “arrière-pensées”, o segundas intenciones (Nietzsche), y la verdad de las neurosis no se encuentra en los síntomas del paciente, por torturantes o espectaculares que sean, sino en el inconsciente (Freud).
Tiene todavía vigencia esta forma del saber? La aparición de la tecnología digital parece haber transformado no solamente las modalidades del trabajo y del ocio, sino la misma estructura de la lógica. Parecería que, desde la universidad hasta la calle y los cafés, los tres autores mencionados han hecho ya un discreto mutis por el costado menos claro del presente. Si hace medio siglo Marx se encontraba en la punta de la lengua de cualquier intelectual que se respetaba, hoy la mención de ese nombre es socialmente recibida como un anacronismo. Los devotos de Nietzsche parecen haber olvidado la consigna de invertir todos los valores y prefieren invocar a Baumann para hablar de una sociedad líquida, en la que el saber, y menos aun las ideas del bien o la moral, ya no parecen ser estables. Y es obvio que Lacan ha ocupado con ventaja el altar donde antes se quemaba los cirios en homenaje a Freud. La conclusión parece inevitable: la episteme propia de la modernidad ha sido sustituida por otra, cuyo carácter aún no ha sido descifrado.
No obstante, las ideas no son trajes que puedan abandonarse por el capricho de la moda. La posmodernidad no es una época posterior a la modernidad, sino el modo de ser de la modernidad tardía. La aparente liviandad del pensamiento actual no quita su vigencia a los pensadores modernos. Marx, Nietzsche y Freud cometieron graves errores, pero dijeron también muchas verdades, y entre ellas, que el sentido último de los hechos (políticos, morales, psicológicos) está siempre escondido en su propio subsuelo. Muchas cosas han cambiado en el mundo –más aun, se han trastornado. Pero eso no significa que tengamos que elegir ahora el nuevo pensador o la corriente que merezcan adoptarse como la nueva guía del presente: el desafío que el mundo actual dirige al pensamiento le exige producir nuevas categorías para pensar el mundo de hoy, pero producirlas desde el nivel al que llegaron en el siglo pasado, sin abandonarlas, pero buscando superarlas. La pregunta radical, por lo tanto, debería ser ésta: ¿qué tiene de verdaderamente nuevo un mundo que parece ya no ser el mundo de ayer?