Los estudiantes que protestan en Chile tienen razón, pero quienes los aplauden aquí están equivocados. El estallido chileno no es la consecuencia de un fracaso, sino de un éxito mal gestionado. Para entender esto hay que abandonar toda complacencia y demagogia.
La llamada “reforma educativa” chilena estuvo lejos de ser perfecta, pero tuvo logros notables. Para empezar, casi consiguió universalizar la enseñanza media. De cada 100 jóvenes chilenos, 80 están terminando hoy el Bachillerato. En Uruguay sólo lo hacen 36, menos de la mitad. Si atendemos a los jóvenes de entre 20 y 24 años ubicados bajo la línea de pobreza, la tasa de egreso de la enseñanza media es del 6,4% en Uruguay y del 60% en Chile (casi 10 veces más). Mientras nosotros hablamos de inclusión, ellos la practican.
Al mismo tiempo que ampliaban la cobertura, los chilenos consiguieron mejorar la calidad. En la edición 2006 de la prueba PISA, Chile superó a Uruguay en las pruebas de lectura y ciencias. Solamente en matemáticas los estudiantes uruguayos estuvieron mejor. En la edición 2009, Chile confirmó su superioridad en lectura y ciencias, al tiempo que logró empate técnico en matemáticas. La diferencia fue de 6 puntos a favor de los uruguayos, lo que en el contexto de PISA es insignificante. Quiere decir que no sólo Chile le enseña a mucha más gente que Uruguay, sino que le enseña un poco mejor.
Los aprendizajes que logra Chile también están mejor repartidos, lo que no es raro porque Uruguay es el país más polarizado del continente: una gran proporción de estudiantes aprende muy poco (por debajo de lo necesario para acceder a un trabajo calificado) y una proporción muy minoritaria, pero mayor que la que se registra en otros países hace aprendizajes comparables a los del primer mundo. En Chile hay menos gente en estas dos situaciones extremas y más en el medio.
A la luz estos logros, ¿cómo se explica el actual estallido? La respuesta es que los chilenos no se prepararon para enfrentar las consecuencias de su propio éxito. Muchísimos jóvenes están en condiciones de ingresar a la universidad, pero los cupos en buenas universidades son escasos y los costos siempre son altos (la enseñanza universitaria no es gratuita y los créditos para quienes no pueden pagar son caros). Numerosos jóvenes deben elegir entre abandonar sus estudios o endeudarse para acceder a una de las muchas universidades de baja calidad que florecen gracias al derrame de estudiantes que no pueden ingresar a las mejores.
Los chilenos debieron haber creado hace años un amplio espectro de opciones de enseñanza terciaria no universitaria y reformar el sistema de financiamiento. Ninguno de estos problemas existiría si la tasa de egreso de la enseñanza media chilena fuera similar a la uruguaya.