La imaginativa nos da la facultad para relacionar todo aquello que haga alusión a Paredes con ese abominable muro de vergüenza que levantaron en 1961 los oprimidos obreros de la desaparecida “Nomenklatura” soviética en el sector ocupado de Berlín Este y que para reivindicación moral de la humanidad esa infame división física de la capital alemana fue derrumbada en 1989. Paredes de la ignominia motivadas por el hecho de que el régimen tiránico de la irónica República “Democrática” de Alemania no podía frenar de otra manera la creciente corriente de fugitivos que quería desplazarse a la República Federal de Alemania, en donde les aseguraban el respeto de las garantías para todos los que llegaban del mundo libre.
Durante la existencia del muro, que fue de casi cuarenta años, muchas personas intentaron cruzar las fronteras por estar en desacuerdo con el régimen que les había sido impuesto. Los ciudadanos intentaron escapar de muchos modos: a través de túneles o saltando el muro desde ventanas cercanas. Algunos lograron salir, muchos fueron encarcelados, otros murieron en el intento.
Cuando pensábamos que aquella época nefasta desaparecía por siempre de la faz de la tierra, observamos que en América Latina han aparecido con desvergüenza Paredes inconstitucionales que están sirviendo a unos autócratas criollos, émulos de los Pérez Jiménez, Augusto Pinochet, Rafael Trujillo y otros del mismo pelaje, que desangraron sus países, tanto física como económicamente, a favor de los serviles que por medio de la corrupción se enriquecieron en medio de una vorágine de odios e ilegalidades, devastando la institucionalidad democrática que fue reemplazada por entes adocenados y parásitos de las dictaduras.
Paredes como las mencionadas no tienen capacidad de reflexión y dignidad porque tan solo constituyen una mezcla de fango y aditamentos escatológicos, siendo asquerosamente preocupantes y peligrosas, ya que sirven para vulnerar principios constitucionales afirmados en la división de las funciones del Estado tan exquisitamente elaboradas por Montesquieu en su “Espíritu de las leyes” de 1748, observando que la ignorancia o la violación de normas supremas hacen añicos la independencia de las funciones en un Estado de Derecho, que con tanto sacrificio han construido los pueblos que anhelan vivir en una sociedad democrática y que los aspirantes a reyezuelos, con total impudicia, ofenden las aspiraciones de libertad con que viven los pueblos dignos, quienes no permiten que nadie los gobierne con un dogal, menos farsantes que han dado muestras de incapacidad y deshonestidad.
Paredes no pueden levantarse ante la voluntad democrática, que más temprano que tarde se impone ante el desequilibrio de los tiranos.