Hoy termina la visita del papa Francisco a Ecuador. A más de la profunda alegría que significó para los millones de católicos que existen en nuestro país, su paso sirvió para amainar el temporal, crispado por una serie de protestas que se dieron a raíz del envío por parte del presidente Rafael Correa de los proyectos de ley de las herencias y de la plusvalía.
Aunque el nivel de tensión ha bajado temporalmente habrá que ver si estas protestas cesan o se reactivan con mayor fuerza una vez que el papa Francisco deje el Ecuador y siga con su peregrinaje por Bolivia y Paraguay. Como todos sabemos, todo depende en gran medida de lo que haga o deje de hacer el gobierno del presidente Correa.
Si analizamos con detenimiento sobre los factores que gatillaron este clima de agitación y protesta, buena parte de esto no solo se ha debido a la inconformidad y descontento que han generado las últimas decisiones de gobierno, sino principalmente a la actitud que ha tomado el propio presidente Correa.
En lugar de reconocer los errores y abrir un espacio real de diálogo con los diferentes actores de la sociedad, Correa -prepotente y ensimismado en la imagen de sí mismo- no ha escatimado esfuerzos para propinar ataques y acusaciones verbales ante todo aquel que piense diferente.
Manifestarse en contra del Gobierno es conspiración. En lugar de reconocer en la protesta social un acto legítimo de expresión ciudadana, desde el poder se han estigmatizado estos actos como intentos de desestabilización política.
Y aunque la venida del Papa fue utilizada por el Gobierno para bajar el nivel de tensión y capitalizar en función de sus intereses, el resultado les fue adverso.
Muy poco les sirvió el alto nivel de sobreexposición mediática que tuvo Correa en los actos oficiales (excediéndose en el tiempo fijado para sus discursos), el uso de la imagen papal en propaganda y vallas gubernamentales, el giro dado en los discursos presidenciales (antes laico y de izquierda, ahora consagrado a Dios), entre otros aspectos.
Los ciudadanos han sabido distinguir con claridad las diferencias. Solo así se entiende que durante el día de la llegada del Papa a Quito, el paso de la caravana de Su Santidad haya recibido aplausos y el vehículo donde se supuso que viajaba el Presidente, abucheos y silbatinas, haciéndose presente nuevamente el grito “fuera Correa, fuera”.
Si el Gobierno quiere tomar la iniciativa de ir a un diálogo nacional, de bajar los niveles de agitación y de protesta, los ingredientes esenciales se hallan en las palabras de Francisco. El Papa ha dicho que una de las claves para afrontar los problemas actuales está en valorar las diferencias, fomentar el diálogo y la participación sin exclusiones. No obstante, para ello se requieren renunciamientos, rectificaciones y, sobre todo, un cambio de actitud. Pasos necesarios para preservar la paz social.