Profunda incertidumbre debe haber padecido el papa Francisco al llegar al Ecuador. No es que los otros países de la gira no tengan graves problemas, principalmente sociales, pero el caso del Ecuador es diferente. El Pontífice visitó una nación que, salvo contados períodos, carece de brújula en la conducción colectiva, y practica como una religión el desencuentro y la confrontación permanente. No hay violencia, pero la inestabilidad se arrastra desde la fundación de la República.
Es importante en un escenario tan confuso como el del Ecuador que recibió al Papa, recurrir a las fuentes históricas de Occidente para ubicar las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado. Desde sus orígenes han sido dos poderes que se han manifestado con diversos signos: unificados, enfrentados o respetados recíprocamente en sus ámbitos específicos como son el espiritual y el terrenal.
Sin embargo, hay que señalar como elemento coadyuvante los hechos históricos de los últimos siglos como la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la liberación de América Latina del yugo colonial. Estos procesos generaron al Estado de Derecho que produjo con la Iglesia Católica una situación difícil en los inicios, pero fructífera después, como fue la separación del Estado y la Iglesia, a lo que hay que añadir en el plano internacional, los efectos de los tratados de Letrán de 1929.
De esta manera se estableció una suerte de función dual entre el ámbito espiritual de la Santa Sede que ejerce su función en el territorio del Estado Ciudad del Vaticano. Esto ha permitido que la Iglesia Católica adquiera un estratégico peso moral en negociaciones y mediaciones internacionales.
En este contexto es válido destacar la presencia de la iglesia en la sociedad y en su relación con los Estados. En el plano social irrumpieron históricamente las Encíclicas Rerum novarum, Quadragesimo anno y Pacem in terris; añadiéndose, entre otras, por las variadas áreas que cubre, la Laudato si , que acaba de difundir el Papa.
En el plano político en la segunda mitad del siglo XX se registra su difícil y polémica actuación durante los aciagos días de la Segunda Guerra Mundial y luego, el complicado tránsito por los tiempos de la Guerra Fría. En un plano aparte y con extraordinaria resonancia mundial en múltiples campos el Concilio Vaticano II dividió la historia en un antes y después.
Con estos antecedentes, la visita del papa Francisco tuvo momentos claves. Primero, una agenda variable que despertó incertidumbre; luego, la manipulación que se pretendió desde el lado gubernamental y, finalmente, el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal rechazando la utilización de la figura del Pontífice, incluso defendiendo el derecho a la protesta ciudadana. Se lleva percepciones que le permitirá incidir en el curso de los acontecimientos si estos se desbordan. Por lo menos, a la Iglesia Nacional habrá quedado claro un mensaje: muy bien que no militen, pero tampoco que se enclaustren.