Si no lo amara, ¿cómo habría confiado en él? Confío en mi papá, dijo Messi al señor juez ¡tan inocente, él, tan confianzudo!, y recordé esas frases cortas y falsas con las que aprendíamos a leer cuando éramos niñas.
Nuestra iniciación al lujo maravilloso de la lectura era confusa: Amo a mi mamá, -pero, como constaté un día, yo no amaba a mi mamá, yo solo la quería: amar era palabra para los libros.
Ni mi mamá me amaba, sino que me quería, por la misma razón. Tampoco me mimaba mi mamá, como mimaba la suya a mi prima querida, porque por orden de su mamá, iba la niñera a la hora del recreo al jardín de infantes, que entonces se llamaba ‘asilo’, con una mamadera para que mi prima, escondida de los demás niños aunque no de mí, tomara la leche a media mañana, y como mi mamá no me mandaba la mamadera, no me mimaba, pues mimar era mandar a la Zoila al asilo con una botella grande y llenita, como la de mi prima de cinco años…
Tampoco mi Mamá tenía moño ni molía, y así, a puro mito, aprendí la eme, pero no recuerdo haber aprendido de igual forma la pe. Claro, no habría significado nada Apo a pi papá, ni Pi papá pe apa, o pe pipa o pi papá tiene poño… No, imposible, así yo no habría aprendido jamás a leer, como no aprendió el señor Messi, tan virginal, que ganaba millones solo por su imagen, y tanto ponfíaba ep pu papá, que le dejaba arrastrar por los suelos su efigie, por la que este mundo falaz paga –y seguirá pagando- fortunas impensables para un ser normal.
Papi hacía negocios que, a más de negar el ocio, -esto quiere decir la palabrita- desde el mareo de la codicia generaban latrocinio, eludían obligaciones, ensuciaban, se acogían al refugio paradisíaco de la ganancia sin responsabilidad, y engrosaban las ya gruesas sumas con millones de euros producto del robo, a costa de la candidez messiánica.
Porque fue otro el que dio rrrobando, como decimos en nuestra buena habla ecuatoriana, con perífrasis que atenúa el imperativo y elude el mandato; ¿dar órdenes?, ¡no!, mejor es rogar: dame administrando, papi, que yo soy chiquito y no sé firmar. Dame leyendo este contrato, porque como vivo de patear el balón y de mostrar mi imagen, no tengo tiempo de leer; dame guardando la platita porque confío en ti. ¡Si Messi hubiera sido ecuatoriano, habría rogado así a pu papá, tan comedido, tan bueno, tan amante de su hijo, él!
Más allá o más acá del ‘confío en mi papá’ del balompedista Messi, cuya imagen, francamente, me deja vacía, y del ‘confiaba en mi marido’ de una infanta lejana, a la que nos han acercado los negocios de su maridísimo, amado, sin duda, por producir dinero y nunca explicar, preguntar, pedir, mandar ni rogar, nos hemos quedado sin el verbo confiar, que del desgaste tenaz, ha sufrido vaciado total –como el de las vísceras de un cáncer al estómago-. Nosotros y él y ella, ¡pobrecitos!, constatamos que nos enseñaron a leer con quimeras, y que no podemos confiar en adelante en mamá ni, sobre todo, en nuestros maridos ni en nuestros papás… Laus Deo.