Quienes pensaron encontrar explicaciones y respuestas económicas en el debate de la semana pasada se equivocaron de cabo a rabo. Más allá del nombre y la pompa que acompañaron a la promoción del evento, su verdadera finalidad fue estrictamente política: preparar el camino para la eventual aprobación de las mal llamadas enmiendas constitucionales en diciembre.
El esquema del programa fue muy simple. Por un lado había que minimizar al máximo la crisis; por otro, había que suministrarle al Presidente solvencia y seguridad en sus argumentos. Con estos dos ingredientes, los publicistas del régimen quisieron transformar el purgante de las enmiendas en exquisito manjar. Si las cosas van tan bien como se las pinta, entonces, el paquete de reformas constitucionales estaría más que justificado.
El problema para los estrategas del marketing correísta es que el tiro les salió por la culata. Empezando porque el escaso ‘rating’ que logró la transmisión refleja el desinterés ciudadano en los mensajes oficiales. Al parecer, el pueblo sigue más entusiasmado con las fantasías musicales y épicas que con la dura realidad. Es evidente que la saturación comunicacional del aparato de propaganda oficial ha terminado provocando un efecto inverso al deseado.
Pero más complicado aún es que, de acuerdo con las encuestas publicadas en días pasados, la incertidumbre y el recelo frente a la crisis, en aquel segmento de la población que vio el debate, se han incrementado. Dicho de otro modo, un buen porcentaje de los ecuatorianos, de aquellos que se preocupan por los asuntos públicos, no confía en la supuesta capacidad del Gobierno para hacerle frente a lo que se nos viene. Es más, mucha gente ve con preocupación la sistemática negación de la crisis por parte de las autoridades políticas. Asemejan este comportamiento al del loco que afirma que todos los demás han perdido la razón. Basta percatarse de los efectos cotidianos de la recesión para alimentar serias dudas sobre el discurso oficial. Peor aún ahora que nos cayó la millonaria sentencia a favor de la Oxy.
El fracaso del debate ha sido ratificado por el propio Correa, cuando se queja del formato, de la falta de tiempo y hasta de las intervenciones de sus contertulios. No le bastó con tener cancha inclinada, afición contratada y árbitro sumiso. Él se siente más a gusto jugando en solitario: sin contrincantes y sin la más mínima posibilidad de encajar un gol. Por eso prefirió zanjar el pleito –como se dice en el argot boxístico– en la siguiente sabatina.
El fracaso del debate también coloca al país frente a una nueva coyuntura: ¿qué pretenderá hacer el correísmo, en el mes que le queda, para que la sociedad ecuatoriana digiera las reformas constitucionales sin sufrir una peligrosa intoxicación?
Columnista invitado