Luego de negociaciones que no auguraban éxito, la Unión Europea estableció un fondo de 750.000 millones de euros y un pacto para emprender, bajo una estrategia conjunta, la reactivación económica ante la gran crisis del covid-19. Mientras, en Latinoamérica los esfuerzos son aislados y se aplica la política del sálvese quien pueda: un individualismo puro gestado a lo largo de una intensa historia de fracasos en los procesos de definición de un bloque homogéneo. El logro alcanzado por Europa contrasta con el camino atravesado por la región hasta su situación cercana a la catástrofe económica y social.
La Unión Europea, América Latina y el Caribe afrontan en la actualidad desafíos de índoles diversas y complejas. Europa camina hacia su consolidación como bloque político y como potencia económica a nivel mundial; ocupa un lugar importante en el proceso de reordenamiento de las relaciones internacionales, tiene capacidad para acceder a recursos financieros y dispone de una sólida institucionalidad. América Latina no tiene un proyecto auténtico, propio, y transita conducida por un pensamiento falaz traducido en el reino del mercado como guía de la práctica económica. Ha sido aislada de los principales procesos de inversión, comercio, innovación tecnológica; soportando el éxodo de capitales especulativos, asediada por la deuda externa y con escaso acceso al financiamiento externo, ha transitado por un prolongado estancamiento económico y social. Esta situación no se debe a condiciones circunstanciales, pues refleja factores estructurales propios e intereses hegemónicos internacionales.
América Latina ha sido vital para los EE.UU., no como socio sino como factor cooperativo para su proyección de poder a nivel mundial. Desde la doctrina Monroe, formulada en 1823 para asegurar el dominio hemisférico de Norteamérica, hasta la fecha, se ha dado un proceso que ha culminado con la introducción de los tratados de libre comercio y las orientaciones a esquemas comerciales de mayor alcance, en las políticas de los países. Se han mermado así las posibilidades de configurar estrategias de desarrollo y de definición de posiciones conjuntas latinoamericanas, ante la conversión de los diferentes modelos de integración subregional en facilitadores implícitos de la promoción de acuerdos bilaterales de libre comercio.
Los efectos de la pandemia llaman a reforzar instrumentos de relacionamiento internacional y cooperación para la toma de acciones comunes que potencien los recursos, conocimientos e intereses compartidos. Esto significa apuntar hacia la conversión de la integración latinoamericana en procesos políticos transformadores, que subsuman la economía a la política, con una nueva agenda que enfatice en lo social, desarrollo de infraestructuras, medio ambiente, cooperación energética y financiera, temas de salud, coordinación de políticas y renegociación de la deuda (J. Surasky, 2016).