Las ternas para el premio Espejo que otorga graciosamente el Presidente de esta República en quiebra han agitado un avispero más puntiagudo que el de la terna para vicepresidente, ese otro galardón honorífico que terminó ganando una señora muy religiosa que estaba de relleno. La diferencia es que los Espejo gozan (supuestamente) de gloria eterna mientras los ocupantes del antiguo edificio de los Correos son escogidos por motivos oscuros y duran menos que un perro en misa. Si a Glas lo impuso Correa, en la elección de esta Vice primó el sentimiento de venganza… ¡de los mismos correístas!
¿Cómo se le ocurrió a M.P. Romo que una/un ministro de Gobierno, ‘le premier gendarme de la République’ que por definición es el encargado de los pactos, la represión y el trabajo sucio de toda administración, aquí y en la quebrada del ají, iba a ser galardonada por esta Asamblea plagada de diezmeros y discapacitados asintomáticos? Ignoramos, en cambio, qué criterios o fines políticos determinaron la preselección de los aspirantes al Olimpo criollo; mejor dicho, al Panecillo donde revolotean las musas porque el Olimpo de Rafael con sus diosas en minifalda era otro cantar.
El premio Espejo surgió como un reconocimiento de la nación a sus intelectuales más lúcidos y se fue afianzando con los nombres de Benjamín Carrión, Carrera Andrade, Pareja Diezcanseco y José María Vargas. ¿Quién iba a reclamar? En 1986, con un toque populista lo ampliaron a cuatro categorías pero los estándares se respetaron hasta la llegada del correísmo, cuando empezaron a recibirlo algunos intelectuales que se desvivían en elogios al déspota y su corte de los milagros revolucionarios. No es casual entonces que los premios del 2016 los entregara el eximio Jorge Glas, cuyo aporte a la cultura fue haber plagiado su tesis, aunque en el arte del empuñe mostró mucha más creatividad.
Ahora el alboroto invadió Facebook, donde se hizo campaña por determinados personajes, solicitándose firmas de adhesión como si se tratara de un concurso para reina de belleza de un colegio. Verdad es que, por el lado institucional, miembros del jurado como el Ministro de Cultura y el presidente de la CCE no son precisamente unos pensadores cuyas numerosas obras respalden la solvencia de sus decisiones.
No tengo nada contra los preseleccionados entre 180 aspirantes, pero ningún intelectual o artista debería pasar por estos trámites que son un reflejo de lo que pasa en la escena política donde hay 280 movimientos, la gran mayoría de ellos buscando arañar algún billete del Estado y unos quince minutos de exhibición. Porque autores importantes como Segundo Moreno, Juan Valdano o Javier Vásconez, que no está en las ternas, debieron ser premiados sin circo de por medio. Y sin que algún asesor de Carondelet decida finalmente a quiénes envían a la gloria.