Me referí en una reciente columna a las amenazas que se ciernen en diversas partes del mundo contemporáneo sobre el pensamiento liberal, nacido, hace pocos siglos, por un lado con el jesuita Juan de Mariana y el dominico Francisco de Vittoria en España y, por otro, con John Locke y Adam Smith en Gran Bretaña, y fuente de algunas de las más constructivas fuerzas sociales y económicas jamás conocidas por la humanidad.
En estos difíciles días –para solo una muestra, recién fue reelegido, tal vez incluso de verdad, un autoritario de cepa, Recep Tayyip Erdogan, como Presidente de Turquía- para todos quienes nos sentimos amenazados aunque no estuviéramos en inminente peligro y, más aún, para quienes están realmente amenazados, restringidos, perseguidos, amordazados, encarcelados, vejados hasta la desesperanza en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Turquía, Rusia, China, Corea del Norte, y otros sitios más, resultan apropiadas algunas reflexiones de uno de los gigantes de la lucha por la libertad. Me refiero a Vaclav Havel, poeta y ensayista checo que se enfrentó a la tiranía impuesta a su país por el régimen soviético, encarcelado durante años, llegó a ser la personificación de la resistencia, y cuando cayó ese oprobioso sistema, fue el primer Presidente de la Checoslovaquia libre.
Dice Havel: “Debo decir, de inicio, que el tipo de esperanza en la que con frecuencia pienso (especialmente en situaciones particularmente desesperanzadoras, como cuando se está en prisión) la comprendo sobre todo como un estado de la mente, no como un estado del mundo. Tenemos esperanza en nuestro interior, o no la tenemos; es una dimensión del alma, y no depende, esencialmente, de alguna observación particular del mundo, o de una estimación de la situación actual. La esperanza no es un pronóstico. Es una orientación del espíritu, una orientación del corazón; trasciende al mundo de la experiencia inmediata y está anclada en algún lugar más allá de horizonte.”
Continúa luego: “La esperanza, en este sentido profundo y poderoso, no es lo mismo que la alegría porque las cosas van bien, o la voluntad de invertir en una empresa que obviamente está encaminada a un pronto éxito, sino, más bien, la capacidad de trabajar por algo simplemente porque ese algo es bueno, y no porque tiene alguna probabilidad de ir bien. Cuanto más poco propicia la situación en la que mantenemos nuestra esperanza, más profunda es ésta. La esperanza definitivamente no es lo mismo que el optimismo. No es el convencimiento que algo va a salir bien, sino la certeza de que algo hace sentido, sin perjuicio de cómo vaya a terminar.”
Tiene sentido pensar que somos cada vez más capaces de vivir en libertad y con mutuo respeto. Es algo por lo cual vale la pena trabajar, simplemente porque es bueno.