Hay dos factores que trabajan consistentemente por la transformación de la matriz energética mundial: el control y mejoramiento del medioambiente con su consecuente defensa de la naturaleza y el encarecimiento de las energías convencionales o fósiles.
Se sabe que la transformación tomará algún tiempo. Algunos sostienen que puede representar una generación, mientras otros esperan que ocurra más rápido debido a la velocidad con la cual avanza la tecnología y el conocimiento.
Bajo cualquiera de las dos visiones lo cierto es que la estructura de transporte mundial: aéreo, marítimo y terrestre, cuya demanda de combustible tiene la más alta proporción del consumo mundial, empieza a dar señales de uso de otros productos energéticos. Igual ocurre en la demanda industrial, doméstica o comercial. Todos buscan reducir sus costos o inscribirse en la corriente de preservación ecológica.
Para ello hay que invertir en tecnología. Aceptar que la experimentación es el camino de las oportunidades para lo cual es indispensable dotarla de recursos financieros y acompañarla con planes de educación de alto nivel con estándares internacionales. Impulsar a los institutos privados a la realización de programas vinculados con este campo del saber.
El Ecuador debe prepararse precisamente para su etapa pospetrolera. Ahora la disfruta a plenitud, incluso abusa de ella y despilfarra recursos, pero algún rato terminará y si no está listo, la historia será muy triste.
Un buen ejemplo práctico es la fabricación de biodiésel derivado de la producción de microalgas. ¿Novedoso, verdad? Pues bien, parece viable, además de interesante, construir un sistema que las cultive mediante “fotobiorreactores continuos”.
En el país hay un buen lote de vehículos que consumen diésel con alto grado de azufre, contaminan el ambiente y se benefician del pertinente subsidio. Pues bien, el proyecto puede encaminarse a la sustitución de este combustible. Lo haría de forma programada, empezando por ejemplo en Galápagos en donde la ley ya obliga a consumir biodiésel, para luego incorporar otras regiones o formas de transporte.
En este proyecto no se afecta la hoy llamada “seguridad alimentaria” pues las algas no son demandadas para consumo humano. Su costo de producción parece competitivo con lo cual puede desaparecer el subsidio. Los efectos evidentes son: ayuda pertinente al presupuesto del Estado, las microalgas se alimentan con CO2, mejora el ambiente y los desperdicios son abono.
Este ejemplo, que conocí por la Corporación para la Investigación Energética (CIE), es una muestra del sinnúmero de opciones que el país puede explorar con tiempo, pocos recursos y en asociación con las organizaciones dedicadas a la explotación del conocimiento moderno.