Entre nosotros imposible tener unos días de vacaciones sin sobresaltos. La semana pasada, un bombazo: a un alto funcionario del Gobierno se le ocurrió proponerle al país una Ley Orgánica de Profesión Religiosa y Ética Laica, con la cual -a mi juicio- se daría por concluida una página brillante del pensamiento político ecuatoriano. Una tontera más, digo yo, de aquellas que llevaron a Pío Baroja a calificar de “continente tonto” al espacio geográfico latinoamericano.
Tal tontera contempla llevar el laicismo a los espacios públicos y a los centros educacionales no estatales; acabar con la libertad de expresión religiosa; prohibir expresiones de libre albedrío en los funcionarios públicos; permitir la representación del Estado tan solo en las ceremonias y actos laicos que se realicen en el país y en el exterior. En suma, el laicismo cavernario, el de la ex Unión Soviética, digamos. Del todo contrario al que se inició con la Revolución Liberal, la de Eloy Alfaro, cuando decidimos constituirnos en un Estado laico, independiente de cualquier organización o confesión religiosa, en el que la tolerancia se constituyó en el fundamento de nuestra convivencia civilizada. En su momento, un modelo para los países iberoamericanos.
Tal laicismo, califiquémoslo de liberal, nos cayó muy bien, dio en el centro de nuestro temperamento. Tan es así que en pocos años, en los que ocurrieron hechos lamentables, llegamos a la paz de los espíritus. Llegamos a tal grado de laicismo como que el tema religioso simple y llanamente dejó de ser sujeto de conversación y peor de confrontación. Yo me gradué en el Colegio Nacional Mejía y recuerdo que a nadie se le ocurrió preguntarme si era o no católico o si creía o no en Dios.
En tanto nosotros los ecuatorianos vivíamos en paz, en el norte, con tan solo pasar la frontera, los colombianos se bebían la sangre por su intolerancia religiosa, perversamente llevada al campo de la contienda política.
El laicismo liberal llegó a ser norma de los gobernantes ecuatorianos, tan es así que al santo laico doctor Velasco Ibarra le mereció aprecio la educación particular confesional, no por otra razón que no fuera la de contribuir al desarrollo cultural del país.
De un libro precioso que leí en estas vacaciones tomé esta nota: El anticlericalismo fue un remedio casero en España, Italia y Portugal, países que no tuvieron Reforma y en los que se impuso el Concilio de Trento.
El anticlericalismo alfarista no tuvo nada de fondo sino de reacción ante excesos magistralmente relatados por Luis A. Martínez en su novela ‘A la Costa’.
También al calor del laicismo liberal el clero ecuatoriano es otro, también goza de la paz de los espíritus que nos anima a los laicos. ¡Que nadie se atreva a negarnos ese bien precioso!