Esta semana el Comité Nacional para el Estudio Regional del Fenómeno de El Niño (ERFEN) anunció que la probabilidad de que el fenémeno suceda el segundo semestre de este año es de 94 %; mientras que la Federación Nacional de Cooperativas Pesqueras Artesanales del Ecuador reportó una caída del 30 % en la captura de peces por las anómalas temperaturas frente a las costas, que iniciaron en febrero.
Valga recordar, entonces, las consecuencias de los episodios previos. El primer fenómeno de El Niño intenso sucedió entre 1982 y 1983, con un saldo total de 260 personas muertas y daños que ascendieron a 640,6 millones de dólares en el ámbito productivo (63 %), la infraestructura (33 %) y los sectores sociales (4 %), con serios impactos en el crecimiento del PIB, por la disminución de exportaciones, el aumento del déficit fiscal y la inflación, según datos de la CEPAL.
Mientras que en 1997-1998, la cifra de fallecidos llegó a 292, a los que se sumaron 40 desaparecidos, 29 655 damnificados, con un total de afectados de 63 896 personas, de acuerdo a la información de la Defensa Civil. En tanto que los daños materiales fueron cuatro veces más graves que en la década previa, pues llegaron alcanzaron 2 869,3 millones de dólares, lo que correspondía a un 17 % del Producto Interno Bruto (PIB) nacional de 1997, con una producción perdida de 8 % y una destrucción del acervo de capital de 7 % respecto a la formación bruta de capital fijo nacional, según la misma CEPAL.
Si la historia puede ser maestra de vida es porque evidencia, en los yerros y aciertos del pasado, las prevenciones que deben tomarse, en este caso, para minimizar los riesgos naturales en las provincias costeras: Esmeraldas, Manabí, Los Ríos, Guayas, Azuay y El Oro (40 % del territorio), las más afectadas por El Niño. Y si ya un aguacero dio cuenta de la fragilidad de Esmeraldas, es momento de que las autoridades pongan en marcha un plan de acción que salvaguarde la vida de sus habitantes.