Nacionalistas y populistas
El nacionalismo y el populismo son muy poderosos, tanto que han podido convertir a gran parte de los habitantes de la región más europea y culta de España en provinciana y pueblerina. El gobierno de Cataluña quiere separarse de España y de la Unión Europea para convertirse en una República Independiente.
El problema viene de lejos; nació en el siglo XIX con la defensa de la lengua y la construcción de su historia como memorial de supuestos agravios por parte de los castellanos; con el tiempo se ha nutrido de odio hasta terminar en un fanatismo nacionalista cultivado por élites políticas locales y por la desidia e incapacidad de los gobiernos nacionales.
El movimiento independentista es tan provinciano como el alcalde de un pueblo que quiere borrar la nomenclatura de las calles que llevan nombres “españoles”, aunque sean figuras como el poeta Antonio Machado a quien aborrece por exaltar el paisaje Castellano. A Joan Manuel Serrat, símbolo de libertades, le tachan de fascista porque no apoya la causa. Los líderes que han inducido emociones tan negativas, ya no están en capacidad de detenerse o dar marcha atrás aunque sea evidente que conducen a sus seguidores al barranco. No es patriotismo sino nacionalismo, dice Josep Piqué; la diferencia, explica, es que el patriotismo no necesita enemigo, el nacionalismo, sí.
Por cierto, no todos los catalanes participan de la locura separatista; ni siquiera son mayoría, pero han conseguido que aquellos que desean seguir siendo parte de España, sientan temor de la delirante ceguera independentista.
Nadie sabe lo que ocurrirá con el referéndum que debe celebrarse mañana.
El gobierno de Cataluña asegura que habrá votación, el gobierno de España que no habrá. La Policía ha requisado urnas y millones de papeletas, pero el gobierno regional declara que tiene alternativas. El presidente Carles Puigdemont, en desafío suicida al Estado y a la justicia, avanza impávido por sobre la Constitución, por encima del Estatuto autonómico, por encima de la razón.
Puede ocurrir que el referéndum resulte una farsa y los líderes independentistas se limiten a denunciar la represión y la violación de los derechos democráticos de Cataluña. Los caudillos de la revuelta, frenados un milímetro antes del fin, igual serían proclamados héroes nacionales.
También puede ocurrir que Puigdemont, al estilo Maduro, declare que ha ganado el Sí y de inmediato proclame la independencia de Cataluña como ha ofrecido y que el presidente Rajoy, aplicando facultades constitucionales, intervenga en la autonomía y, acusados de sedición, los héroes separatistas terminen en la cárcel; no sería la primera vez que el sueño catalán termine así. Lo único seguro es que el fracaso del referéndum no amainará sino que inflamará el nacionalismo catalán y que no faltarán líderes populistas que agiten las banderas.
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