El tema del deporte televisado nacionalmente se ha reducido al fútbol. Mucha inversión y afición ha afianzado una competencia mayoritariamente para hombres de clase media y alta. Sin embargo, existe un espacio tradicional de indorfútbol o fútbol sala en Cuenca de sectores sociales de bajos recursos: “Vacaciones de los pobres”. Organizada por el Amistad Club, lleva en pie desde 1965, con 32 combinados y cuyo juego se despliega entre julio y septiembre de cada año. Hasta hace poco, esta competencia realizada en el Colegio Febres Cordero suponía un enfrentamiento a muerte de los equipos barriales; nadie se cambiaba de camiseta, jugabas por llevar en alto el espacio en el que vivías. Eras de El Vecino, Patamarca o La Salle. Jugabas sin cobrar, por convicción, para que te vieran y aplaudieran a rabiar tus vecinos, tus familiares. Luis Ortiz, leyenda del fútbol sala, ha sido recibido casi como héroe. La afición ha crecido de tal manera que el evento tuvo que pasar al Coliseo; en finales se llena con más de 8 000 espectadores.
Esta diversión es tema libre, nos comenta una espectadora entusiasta. Acá vienen todos, “batracios” y “choros” incluidos. Calle 13 gozaría. El nivel de juego es altísimo; el vocabulario, de alto calibre; los “blanquitos” y “aniñados” aparecen poco. Es un espacio muy propio donde circulan cientos de “tochas” o “chucurillas”, botellas pequeñas de aguardiente, donde la malandrinada es parte integrante y bien recibida, donde la abuela y el nieto precoz gozan por igual.
Como todo en esta vida tan atraída por el dinero, lo que actualmente se denomina ‘Mundialito de los pobres’ ha sufrido cambios en los últimos 5 ó 6 años. Los jugadores empezaron a cobrar, algunos fueron importados desde Azogues o La Troncal, se gasta mucho en uniformes y pancartas, los premios, uno de USD 5 000, han puesto el ojo de los equipos en la ganancia. La inversión es alta, comentan. Los cambios de camiseta pueden darse, al igual que en el Congreso, por falta de convicción real, porque el motor es otro. El evento se ha formalizado más, se controla mejor la seguridad. Un viejo jugador del barrio de El Vado dice que ahora no es tan emocionante ni sientes la presión de antes cuando las barras bravas gritaban a rabiar, cuando jugar era lo mejor que te podía pasar en la vida.
De todas maneras, creo que estos son los espacios que deberíamos recuperar y valorar, donde las identidades de nuestros pueblos se crean y recrean, tienta pensar en ellos como patrimonio intangible, o escenarios del buen cine latinoamericano al estilo de Alejandro González. Es acá donde se cuecen las habas, muchas veces en los sitios menos pensados. Este es el Ecuador profundo y muchas veces anónimo.