Morir nos sienta fatal

Como persona y como cura, la experiencia del covid-19 me ha acercado a la muerte. No han sido pocos los amigos que han tenido que hacer frente a la pandemia en situaciones extremas, bien en la propia carne, bien en la carne herida de las personas amadas. En muchos casos, la muerte apagó el último suspiro. Y, aunque todos hemos apostado por ser discretos, fieles e infieles me piden una palabra de aliento.

Las imágenes y las metáforas nos ayudan a aproximarnos a temas tan complejos, difíciles de expresar. Mi tía Tálida (que en medio de su practicidad sabía darle profundidad a la vida) decía que la muerte era como cerrar todas las llaves de paso… Una llave de paso permite o corta el flujo de agua por una tubería. Así, cuando toca el paso definitivo, cerrar la llave de paso es como decir que todo está en orden, que nos hemos despedido de las personas amadas y que hemos podido sincerarnos con ellas e, incluso, con Dios. Vamos, que llega el momento de descansar en paz. ¿Será siempre así? Me temo que no. Me temo que el Coronavirus es como un ladrón en la noche, capaz de arrebatar fortunas y vidas sin apenas darnos tiempo para reaccionar. Siempre me gustó la imagen de la llave de paso. Quizá por ello, siempre le he pedido a Dios que me conceda morir poniendo mis cosas en orden y en paz, pero la incertidumbre del virus me llena de desasosiego. El final, más allá de mis deseos, puede resultar bastante descontrolado.
Por todo ello, quisiera vivir al día con mayor fe e intensidad y no diferir las cosas como si yo fuera el dueño del tiempo. Sé que hay en mí energías de amor que pueden ser desarrolladas y cumplidas. Me tienta pensar que, para que esto ocurra, necesito que acontezca algo fantástico o extraordinario. No es verdad. Es suficiente con el don de la vida, con la certeza interior de la presencia amada, con la seguridad de ser hijo de Dios.

“Morir nos sienta fatal” es el título de un libro de María Ángeles López Romero. Metidos hasta el cuello en la cultura dominante aún nos sienta peor todavía. Es curioso. Somos más longevos que antes, estamos más preparados que nunca, parece que todo está controlado, y, sin embargo, nos cuesta reconocer y mirar de frente la única certeza que tenemos desde el día en que nacemos: que todos y cada uno de nosotros nos vamos a morir.
Y ya que comencé con una imagen, quisiera acabar con otra, entrañable para mí. Es una imagen de esperanza que nos ofrece Christian Bovin: “Ignoro dónde están aquellos que amé y ya murieron. Sólo sé que no están en los cementerios… Cuando pienso en el más allá, me imagino esos campos que llevan mucho tiempo sin ser cultivados. Y pienso en Cristo que recorre esa tierra sin cultivar, tierra que ha escapado a la tiranía de lo útil…”. Quizá la muerte sea un pequeño agujero a través del cual podemos ver la eternidad. La muerte y todo lo bueno y bello que aun puedo vivir.

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