Carta a una maestra
Puede que algunos sí; y puede que muchos no. Que alguien sepa quien fue Don Milani y que la mayoría lo desconozca. Si viviéramos en Italia, la proporción se invertiría. Y si fuéramos investigadores educativos tendríamos que tenerlo muy en cuenta.
Don Milani fue un sacerdote italiano, de familia acomodada, liberal y culta, pero no religiosa. Él se convirtió al catolicismo ya adulto y se hizo sacerdote en Florencia, su ciudad. Su primer destino le puso en contacto con el mundo obrero y campesino, y ya nada fue igual para él. Vio que el sistema estaba hecho para seguir excluyendo a los pobres y denunció duramente a la Democracia Cristiana de la postguerra, para la que los obispos pedían el voto. También criticó a los comunistas por no contar con el pueblo ni educarlo.
Convertido en alguien molesto, fue destinado a Barbiana, una aldea de montaña de 95 habitantes sin apenas servicios sociales. ¿Saben lo primero que hizo? Comprarse una tumba. Y, después, aprendió a mirar, a escuchar y a interiorizar la realidad. Allí murió, con 44 años, trece años después. Le dio tiempo para iniciar una auténtica revolución pedagógica. Vio que aquellos niños pastores y campesinos no podrían crecer como personas sin saber expresarse y sin tener sentido crítico. Así que creó en la casa parroquial una escuela que era más bien una familia, un lugar de estudio y de convivencia. Había que compensar la desventaja de origen, de la misma manera que hoy tendríamos que compensar otras desventajas, aunque nuestros niños y adolescentes vivan inmersos, y con frecuencia ahogados, en el mundo tecnológico.
Junto con ocho de sus alumnos escribió “Carta a una maestra”, donde se denunciaba cómo el sistema escolar deja caer a sus alumnos menos aventajados o más pobres, mientras promueve la competitividad y el mérito como valor supremo. Frente a ello, Don Milani defendía una escuela capaz de promover la dignidad personal, para buscar cada uno su camino más allá de la moda o de la presión social; educar para ejercer la soberanía, lo cual exige conocer la realidad, dominar el lenguaje y aprender a ser protagonistas; y educar para el bien común.
“He aprendido, dice Don Milani, que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir solo, la avaricia”. Sus alumnos, candidatos a la exclusión, son hoy grandes profesionales y líderes de una Italia infinitamente más humanista.
Este hombre brillante, que vivió desde la confianza en Dios y en los hombres una vida entregada a los más pobres, ha sido por fin reconocido: el Papa Francisco visitó no hace mucho tiempo el pueblito de Barbiana y rezó en silencio ante la tumba de este profeta de la educación como herramienta para la dignidad personal y la mejora social. Con frecuencia me piden alguna charla para profesores. Siempre lo pongo como ejemplo de una inquietud y de una pasión imprescindibles.