Lula llegó a Buenos Aires para reinsertar al Brasil en la Celac. Con Fernández destacaron que buscarán establecer una moneda común, que podría extenderse al resto de Latinoamérica. Maduro manifestó su deseo de sumarse a la iniciativa.
El anuncio de la moneda latinoamericana fue un éxito comunicacional, que destacó el estrechamiento de las relaciones bilaterales, muy deterioradas con Bolsonaro. Pero no se trata de una moneda que reemplace al peso y al real. Es un mecanismo mediante el cual el Banco Central de cada país les paga a sus exportadores en moneda local el valor de lo que venden. Cada cierto tiempo (¿cuatrimestralmente?) se saldan cuentas entre bancos centrales. Si Argentina compró más le paga la diferencia a Brasil en reales. Argentina no tendría que venderles dólares a sus importadores de mercadería brasileña, y viceversa. Así se reduce el requerimiento de acumular dólares para financiar al comercio internacional.
Este mecanismo es viable. En cambio, tener una moneda conjunta causaría fuertísimos dolores de cabeza. Argentina lleva una política monetaria irresponsable. Los gauchos tienen una inflación de casi 100% y mantienen una extensa gama de tipos de cambio. Si se sumara Caracas sería peor: Venezuela sufre inflación de 300%, el bolívar no sirve para nada y todo el que puede guarda dólares.
Ecuador durante el correato tuvo un acuerdo así con Venezuela y países afines agrupados como Alba, denominado Sucre, y sirvió para que los boligarcas defrauden al Estado venezolano. Establecieron compañías fantasmas en Ecuador que exportaban productos caros (uno de ellos equipos de dentistería) por valores elevados; todo falso. El Banco Central de Ecuador les pagaba en moneda nacional, que luego el Cadivi venezolano reembolsaba al Ecuador, y los corifeos de Chávez se hacían de dólares teniendo como único gasto pagos a sus cómplices locales y funcionarios venezolanos.
El real no es tan tentador como el dólar, pero igual se les abrió el apetito a los acólitos de Maduro.