La mesa servida

En medio de la incertidumbre de la primera vuelta, el fantasma del gobierno de Lenin Moreno, es cada vez más grande y más pesado. Hay que reconocerle a Rafael Correa que es mucho mejor estratega político que tres Jaimes Durán Barba. Todo lo planeó muy bien. Si ganaba Guillermo Lasso en el 2017, estaba seguro, su liberalismo económico sería tan impopular que todos clamarían por su regreso. Y si ganaba Lenin, su falta de preparación y dedicación a la cosa pública crearía una ineficiencia en la gestión tan grande, que igualmente todos clamarían por su regreso.

Moreno nunca debió ser Presidente. No tenía la visión o la sabiduría sobre los problemas del país y de la función pública para ser efectivo. Eso siempre estuvo claro para el régimen correísta, pero Lenin tenía los números, era popular. Hay que reconocerle a Lenin el mérito de bajar la tensión política en un país que estuvo al borde de cambiar el régimen democrático hacia el autoritarismo. Y es verdad que la tensión social los dos primeros años bajó casi a cero, el movimiento indígena pudo reconstituirse otra vez, la sociedad civil renació, la academia y los académicos dejar de cuadrar sus investigaciones y sus programas a las veleidades de René Ramírez.

Qué decir de los periodistas que, libres del acoso diario sin piedad, también pudieron respirar y trabajar tranquilos. Parece que a los jueces tampoco se les ha dictado cómo sentenciar aunque desde Bruselas -con conocimiento de causa- se diga lo contrario. Pues sí, no nos olvidemos de todo eso. La prueba más reciente de este cambio es que no ha habido una sola sabatina o cadena nacional de Lenin ordenando al Consejo Nacional Electoral lo que debe hacer, a pesar del caos y la incompetencia con que ha esta institución ha manejado las elecciones.

Pero en el Ecuador nunca nada es lo que parece. Mientras la gente se regocijaba en la euforia de respirar y criticar tranquila por las calles, la economía colapsaba –aún más- en manos de sus dos primeros ministros de finanzas de línea correístas. Para cuando los siguientes ministros trataron de enmendarla, la política estaba tan mal manejada por los rupturas que provocó el estallido de octubre de 2019. Desde entonces, todo ha ido de mal en peor, el manejo de la pandemia donde lo único que pueden recordar los ecuatorianos es el reparto de los hospitales y la red interminable de corrupción asociada a él y ahora un Ministro de Salud que con todos sus títulos tiene una nula idea de la ética pública o la sensatez y no tiene el más mínimo escrúpulo de manejar las vacunas del covid para su propio beneficio, ya sea familiar o para compra de favores políticos. Eso sin contar con repartos, clientelismo e ineficiencia supina en el manejo del Estado. Rafael Correa no pudo soñarlo mejor, tanto que he llegado a pensar que su supuesta ruptura era sólo parte del performance dramatúrgico de la política actual. Queda la mesa servida y Andrés Aráuz sólo puede decir un rotundo ¡Gracias Lenin!