No es mérito
No es virtud hablar únicamente de política, ni declarase solamente ciudadano, ni vivir pendiente de lo que diga o haga el poder, de lo que disponga el Estado, de lo que decida la autoridad. No es virtud abdicar de las libertades y entregarse a lo que dispongan los jefes. Nada de eso es virtud, ni es testimonio de patriotismo. Es síntoma de alienación, miedo a la autonomía.
La politización integral de las sociedades es una de las herramientas más poderosas de los regímenes totalitarios. “Nada fuera del Estado, nada en contra del Estado”, decía Mussolini, en la loca tarea de construir el fascismo. Otros dicen, más sutilmente, “nada fuera de la sociedad, nada en contra de la sociedad y del proyecto”, cuando, al contrario, el deber primario de las personas libres es cultivar la crítica y oponerse y, si es necesario, vivir en contra de las tendencias sociales que menoscaben los espacios de autonomía personal. La obligación es superar la mediocridad que toda politización impone. Es pensar distinto. Es sospechar del poder, porque el poder es un mal necesario, pero es un mal de todos modos, con el que hay que convivir sin someterse, sin agacharse.
Vivimos el mal de la alienación política, lo que significa que somos menos libres, y más dependientes de los actos y del pensamiento del poder. Somos menos personas y más materia prima de los sondeos y de los planes del Estado. Hagamos una prueba: hipotéticamente, eliminemos la política de las charlas de familia, de los zoom, de los comentarios de la radio y la televisión y de las páginas de los periódicos. ¿Qué quedaría?: casi nada, una sociedad vacía, quizá quedaría el fútbol, que es uno de los pocos refugios masivos de la “no política”. ¿Sería una sociedad creativa, independiente?, o una sociedad sometida, que abdicó de sus capacidades, de su autonomía y su creatividad?
Cuando la mediocridad prospera, se llena de política la sociedad. Se llena de “dirigentes”. Se llena de Estado, que será entonces el director de orquesta, el maestro del aula, el investigador, el padre y la madre; será el periodista, será el escritor, será el locutor, será el empresario. Los demás, serán empleados obedientes, dedicados a “timbrar la tarjeta de la vida”, a hacer méritos ante el burócrata, a callar. No quedará casi nada por fuera de la invasión de los jefes y sus cortesanos. Lo demás, será la caja de resonancia. Cuando la mediocridad prospera, la sociedad se aferra a las máscaras, a los ritos, a los desfiles. Viste uniformes. Es un mecanismo de compensación, un consuelo, un modo de esconderse de la propia conciencia que reclama libertad.
No, no es mérito declararse ante todo ciudadano. Ante todo hay que ser persona. A partir de allí se construye democracia. A partir de allí se construye ciudadanía.
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