Cada trimestre, con la promulgación de cifras de empleo, los voceros oficiales destacan que cae el desempleo. Los analistas, que se reduce el empleo.
Para lector culto que no es especialista en temas de empleo, parecería que se trata de interpretaciones contrapuestas, y que una u otra tiene que estar equivocada. Pero no es así.
El desempleo cae porque menos personas se declaran desempleadas. Pero no crece el número total de empleados. Son equivalentes el número de personas que dejan de estar desempleadas, y el número que informa que ya no buscan empleo (simplifico para no alargarme demasiado).
¿Cómo puede darse esta situación? Una explicación es el encarecimiento de la mano de obra. Esto tiene tres elementos: alza de las remuneraciones mínimas a un ritmo sostenido muy superior a la inflación; el endurecimiento de la política laboral, que torna prácticamente imposible o al menos muy oneroso contratar personal a medio tiempo o de manera eventual, peor tercerizar; y el empuje del IESS para que se cumpla la obligatoriedad de afiliación, llegando a actividades anteriormente informales.
Bajo esa óptica se sugiere que las empresas, al verse afectadas por un alza en el costo de la mano de obra, optan por reducir el número de empleados. Siendo el resultado que de los que tenían empleo menos que satisfactorio, unos se beneficiaron con la formalización, mientras que otros se quedaron sin trabajo.
El Gobierno habría logrado su objetivo de incrementar el empleo formal, como dicen las cifras, pero a expensas del empleo total, puesto que el número de personas que se declara económicamente activa se reduce.
Con base en un análisis más detallado del mercado laboral del que se desprende de las estadísticas de empleos disponibles para el público, el INEC acaba de dar una nueva interpretación, que no contradice a lo expuesto en el párrafo anterior, pero sí pinta una situación más halagadora.
Señala el INEC que un número sumamente importante de las personas que dejaron de trabajar (o fueron despedidas), y que ya no buscan empleo sino que se ponen al margen del mercado laboral, son jóvenes, sobre todo menores de edad, que retornan a las aulas.
Si son menores de edad, sería que la presión del IESS y autoridades laborales hayan forzado a que se reduzca el trabajo infantil, y que por cada niño que retorna a la escuela hay un adulto que consigue trabajo. Lo cual sería un éxito.
Pero si son jóvenes universitarios los que salen del mercado laboral, queda la duda si es que esto sucede por el desestímulo a la contratación a tiempo parcial. Porque muy pocas familias pueden mantener a sus hijos en la universidad y encima darle plata para el bolsillo.
Urge un estudio que compare el mercado laboral ecuatoriano con el de nuestros vecinos.