Mafiocracia

Es un tiempo horrible para ser joven. Es inevitable que miremos alrededor y sintamos que el mundo se está desplomando; que lo que recibiremos será un barco ya hundiéndose.

Hace pocos años, en un diálogo, dos de los filósofos vivos más importantes – Peter Sloterdijk y Slavoj Zizek – señalaban que en el mundo occidental los jóvenes actuales son la primera generación que siente que no tendrá una vida mejor que la de las generaciones anteriores. Los milenials serán quienes tendrán que pagar las enormes deudas que las generaciones anteriores nos están dejando: un planeta con desequilibrios medioambientales enormes, deudas económicas contraídas con países orientales (China por ejemplo) que hacen que el sistema de jubilaciones sea un sueño fantasioso y estúpido.

No es una sorpresa que se trate de los mayores afectados por el “Síndrome de Peter Pan”. Parece que no quieren crecer y que preferirían no asumir la vida que les toca. Retrasan la entrada a la vida laboral, prefieren no tener hijos, es como si todo el sistema no les convenciese. Enarbolan la descripción pesimista del ritmo de vida como un simple “metro-bulot-dodo” (metro-trabajo-sueño), y desconfían en la democracia como si fuera un sistema podrido.

Pero, ¿de dónde sacan esa idea que la democracia es un régimen descompuesto? Esas apreciaciones pesimistas, ¿son certeras?
Al analizar el tema no puedo evitar evocar en mi mente el nauseabundo avenimiento de las llamadas mafiocracias. Se trata del fenómeno que arranca con la corrosión y desintegración de las premisas básicas de la democracia. En las mafiocracias un grupo de interés se instala en el poder y merma la separación de poderes, desbarata los mecanismos de fiscalización, falsea las elecciones, y utiliza la fuerza pública para someter a la población y perpetuar su posicionamiento en la cúspide. Se trata de la idea de que el Estado se maneje como si fuera una red de crimen organizado; como si unos hampones finalmente se darían cuenta que gobernando pueden ser más exitosos que el mejor Al Capone.

El caso de Venezuela es más que elocuente. La fiscalía estadounidense ha acusado formalmente a cargos altísimos del gobierno venezolano (incluyendo el Vicepresidente) y familia cercana de Maduro de manejar redes de narcotráfico. La única salida consistente en intentos populares de golpe de Estado – no ya mecanismos legales, porque el Estado de Derecho no funciona – se ven violentamente sofocados por la fuerza pública. Otro mafiocracia existe en Nicaragua, donde – entre otras trastadas – Ortega nombró de canciller a su esposa y a cuatro de sus hijos de asesores.

El único obstáculo para la eternización de las mafiocracias es la sociedad civil; y, para esto, es fundamental que no se deje tragar por el miedo.

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