“Lo único que debemos temer es al miedo mismo”, dijo Franklin Delano Roosevelt ese día de 1932 cuando asumió la presidencia de los Estados Unidos de América. Para los norteamericanos estas palabras significaban que debían estar preparados a sobrellevar los días de austeridad que vendrán con el fin de superar la Gran Depresión de esa década. Solo sus íntimos sabían, en verdad, de qué halaba. Y a lo que se refería era al particular reto que él enfrentaba: la superación de su limitada condición física de persona con discapacidad. Once años antes, Roosevelt había quedado imposibilitado de mover las piernas a causa de la polio, algo que, salvo su familia, todos lo ignoraban y que él cautelosamente lo ocultó por razones políticas.
Desde una silla de ruedas Roosevelt pudo hacerlo todo: sacó a los EE.UU. de la crisis, ganó por dos ocasiones la presidencia, comandó la II Guerra, derrotó al nazismo, venció todas las batallas y primero y ante todo, su personal batalla: dominar el miedo, vencer el temor que surge de su particular condición física. Su temple, su fortaleza moral inspiraron a su pueblo a sobrellevar los dolorosos días de la guerra. La Historia lo recuerda como uno de los grandes líderes de los EE.UU.
En las crónicas de hoy como en las de ayer abundan los ejemplos de superación y coraje sobrehumanos protagonizados por personas con alguna discapacidad. En la intimidad de lo cotidiano, en el competitivo mundo del deporte o el ejercicio de una profesión cualquiera encontramos, con frecuencia, a esos héroes ocultos que con una actitud positiva ante a la vida dan lecciones de valor y coraje al resto de la humanidad al demostrar que son capaces de vencer las limitaciones físicas o mentales que les impuso el destino.
Desde una silla de ruedas el presidente Lenin Moreno libra diariamente sus propias batallas. Una de ellas es haber cambiado el curso de la vida ciudadana de este país; haber sembrado esperanzas allí donde había desconfianza; haber desterrado del Olimpo al Júpiter tonante para volver al diálogo civilizado.
Desde una silla de ruedas sabe el presidente Moreno que el mundo y la vida se ven de otra manera; siente que eso de estar a la misma altura del corazón de la gente lo vuelve más humano, más cercano al dolor ajeno. Es mejor la tolerancia a la intransigencia; corazón que se dobla no se rompe. Quien no concilia justicia y libertad, tolerancia y autoridad no entiende el arte de gobernar y corre el riesgo de equivocarse en todo. Qué amargas y disonantes suenan esas palabras de Rafael Correa con las que pretende ofender a las personas discapacitadas mostrándolas como seres resentidos con la vida, cuando en verdad el resentido es él. Al igual que Albert Camus, Lenin Moreno sabe que, después de todo, en el ser humano hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.