El hallazgo de una nueva especie de colibrí -Estrella de garganta azul- en la región de El Oro-Loja, nos obliga a repensar aspectos de trascendencia sobre la conservación de nuestra riqueza ornitológica. Y la labor sobre ello no es nueva; hace más de dos décadas hubo científicos visionarios como Bob Ridgely (junto con Lelis Navarrete y Francisco Sornoza) que llamó la atención del mundo sobre el peligro de extinción en la que se hallaban muchas especies en Ecuador. Él detectó por vez primera la gradalia Jocotoco en Tapichalaca. Se arrancó con una estrategia emergente legítima: crear una ONG -la Fundación Jocotoco de dominio ecuatoriano- y comprar tierras para constituir las 12 reservas en las casi 22 000 hectáreas con las que en la actualidad cuenta dicha institución. Donantes canadienses, estadounidenses y europeos hicieron posible este proceso en áreas que -según Adela Espinosa- han tenido poca o ninguna colonización y se ha cambiado la agricultura ganadera por zonas protegidas. Hasta hace un par de años los visitantes naturales de estas reservas han sido un segmento internacional privilegiado: los ‘birdwatchers’ u observadores de pájaros. Se podría decir que también estas visitas han fomentado -en términos económicos- su conservación.
Sin embargo, a partir de esta cimentación de un proyecto excepcionalmente exitoso, parecería ser que se anuncia una nueva etapa que incluye el gran reto para la Jocotoco y otras reservas privadas: involucrar la participación de diversos públicos ecuatorianos, donantes del sector privado como parte de su responsabilidad social, comunidades en y aledañas a las reservas, estudiantes de colegios y universidades, amén de relacionar su trabajo con los gobiernos locales y las entidades de turismo. Es que los pájaros resultan un pretexto, “un gancho”, para la conservación de sus hábitats, la flora, el agua u otros animales. Hace un par de años Jocotoco ha dado arranque a la relación con las comunidades, por ejemplo en Ayampe/Las Tunas, abrigo del guacamayo verde mayor, donde la reserva de 40 hectáreas ha impactado en 2000 hectáreas circundantes a través del trabajo de las propias comunidades; caso similar de alianzas con el vecindario, es la reserva de Antisanilla lugar de nido de cóndores, en la que participa la Asociación Chagras de Pintag con la cría de ganado para el consumo de este ave emblemática y el apoyo a la contratación de guardabosques.
Me pregunto ¿cuánto empleo y difusión del conocimiento en conservación generarían estas reservas si trabajasen concertadamente con el sector público? El turismo ecuatoriano está básicamente orientado a promover Galápagos y Quito. Sin embargo, las mayores reservas de la Fundación Jocotoco y otras, están al sur y esta región se vende aún precariamente.
akennedy@elcomercio.org