A juzgar por sus dos últimos discursos (el del 25 de junio y el de las fiestas julianas), el alcalde Guayaquil, Jaime Nebot, parece haber recobrado su dimensión de líder político nacional. Sus cuestionamientos al presidentes Rafael Correa son más duros que antes y los temas que lo inquietan ya no se circunscriben únicamente al bienestar de la ciudad que administra.
Nebot habla ahora de la calidad de la democracia, de las libertades, del riesgo de una crisis económica, del dólar… Su preocupación es el modelo de desarrollo y su miedo, que el Ecuador termine como Venezuela. Para evitarlo dice que hasta luchará en las calles.
Si no fuera porque desde 1996, el actual líder socialcristiano ha rechazado cualquier posibilidad de correr por la Presidencia de la República, se podría asegurar que su agenda es la del típico precandidato.
Fuentes cercanas a su despacho, así como otros actores políticos, están convencidos de que Nebot no persigue una tercera candidatura. Y que, en el tono más romántico de su reaparición como líder nacional, la única explicación es su profunda angustia por el destino económico y democrático del país.
Hasta ahí, los dilemas de Nebot no pasan de lo anecdótico, pero la realidad política es más compleja. La marcha del 25 de junio constató el liderazgo del Alcalde al punto de que los potenciales votos que arrastra en Guayaquil fácilmente lo colocarían en una segunda vuelta. Su perfil en la Sierra es otro asunto.
Por eso, el problema que le surge a la oposición es que ese electorado no es endosable a ninguna otra figura política. Las elecciones del 2006 y las del 2013 confirman que ni Cynthia Viteri ni Guillermo Lasso pudieron seducir al votante nebotista. En cambio, sí lo logró el propio Rafael Correa en las contiendas del 2009 y 2013.
Si Nebot anhela -así lo planteó el 25 de junio- el fin del modelo político del correísmo, tendrá que convertirse, el 2017, en una suerte de gran elector y apoyar en serio a algún candidato. De lo contrario, habrá más de un pedido porque sea él quien se ‘sacrifique’.