El socialismo del siglo XXI ha causado un daño irreparable a la izquierda latinoamericana. Desde su aparición, borró de un plumazo los postulados esenciales que abanderaba esa ideología: libertad, humanismo y justicia social, y los cambió por represión, corrupción y miseria, tres características comunes e infaltables en todos los gobiernos que enarbolaron un estandarte que hoy ondea en prisiones, guaridas y en el mundo subterráneo del narcotráfico y la delincuencia organizada.
Lo que queda de la vieja izquierda, la romántica e intelectual, en buena parte se ha distanciado de la lacra del socialismo del siglo XXI precisamente porque se sostenía tiempo atrás en un modelo de división de poderes y respeto irrestricto a la institucionalidad. En su época, la lucha fundamental, la ideológica, se hacía también en las calles y plazas en búsqueda de reivindicaciones y conquistas que beneficiaban a la mayoría de la población, y de manera especial a los más pobres.
Y, sí, en esas luchas también cayeron tiranos de lado y lado, y cayeron corruptos en ambos bandos, y cayeron las dictaduras militares reemplazadas en el sur del continente por democracias incipientes, imberbes, pero democracias al fin.
Hoy, en cambio, el socialismo del siglo XXI, amparado en las dictaduras cubana, nicaragüense y venezolana, tres modelos ejemplares de fracaso económico, diáspora y violaciones a los derechos humanos, pretende matar también (tal como lo ha hecho con la vieja izquierda) a la democracia latinoamericana con la fuerza del pillaje, del terrorismo y de la anarquía; y para este propósito utilizan a los más desposeídos y marginados de sus pueblos, a los que aún no han logrado huir de la tiranía, como carne de cañón en sus nuevas batallas.
Las urnas, por supuesto, han dejado de ser un camino válido para los socialistas del siglo XXI (salvo Argentina, me temo y espero equivocarme), pues aunque sus gobiernos multiplicaron la pobreza y la desigualdad con el objetivo abominable de mantener una base sólida de votos, tampoco les alcanza hoy esa masa oprimida para recuperar el poder en democracia, a menos que se trate de elecciones amañadas por el propio caudillo, como las de Evo Morales en Bolivia.
Esta sinrazón que hoy les embarga, este demencial ataque con hordas de delincuentes comunes, saboteadores y terroristas asalariados infiltrados en la protesta social, con ejércitos saqueadores, y con activistas entrenados en el paramilitarismo, solo busca alcanzar a través de las armas y la destrucción, aquello que con los votos, legítimamente, ya no pueden obtener.
Y sí, por supuesto que persiste la desigualdad y la pobreza en nuestras naciones, y de ellas todos somos culpables por acción u omisión, los ciudadanos y los gobiernos, pero no debemos olvidar que los socialistas del siglo XXI, sepultureros de la izquierda latinoamericana, son causantes en buena parte, durante décadas incluso, del olvido y la marginación de los que menos tienen.