Personas “expertas” en interculturalidad han dado varias definiciones sobre ella. Unas, intentando dar prestigio a sus escritos incluyen citas de autores “famosos”, principalmente europeos. Usan expresiones rebuscadas, inalcanzables para personas no iniciadas: la mayoría de la población. La interculturalidad se ha vuelto un discurso de moda. Se ha organizado eventos nacionales e internacionales. El número de publicaciones sobre el tema es inmenso.
Al final, después de trajinar por retóricas abstractas, las personas “expertas” concluyen que interculturalidad es “diálogo de saberes”, “diálogo de culturas”. Sin embargo, estas definiciones son incompletas. Se han olvidado de que interculturalidad no es un credo a ser recitado en una sabatina. Ella es algo a ser vivido.
La etimología de interculturalidad es muy sencilla. Viene de dos palabras latinas “inter” ‘entre’ y cultura que es ‘cuidar, cultivar’. Por tato, significa ‘convivir equitativamente entre personas y pueblos”, pues todos somos cultivados. Pero, esta definición sencilla tiene una consecuencia política inmensa. Interculturalidad es “convivir compartiendo el Poder”. Esto es lo difícil. En la práctica, ni las derechas, ni los líderes de las “izquierdas” están dispuestas a compartir el Poder. Se auto atribuyen la representación del pueblo para mantenerse indefinidamente en el Poder.
La negativa a compartir el poder, se evidenció cuando se creó la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe en 1988. Que gente de “derecha” se oponga a que las nacionalidades anteriores al estado criollo, ejerzan el derecho colectivo a dirigir su propia educación, no es de admirarse. Ellos son coloniales. Pero, que gente “izquierdosa”, “descolonizada”, ahora “socialistas del siglo XXI” se oponga a que las nacionalidades indígenas ejerzan este derecho colectivo, es ilógico. El argumento para oponerse era y sigue siendo: “cómo unos ignorantes van a educar a otros ignorantes”. En próximas entregas se tratará sobre el sentido de compartir el Poder.