Informales en la calle
En Ecuador los informales son una fuerza económica importantísima. Básicamente la mitad de la población en edad de trabajar está inmersa en ese sector. Son personas que desarrollan toda clase de actividades comerciales –venden ropa, alimentos, artefactos electrónicos, artículos para el hogar, servicios variados– siguiendo pocos o ningún estándar de producción.
Los informales son empresarios emergentes que buscan una ganancia por los productos o servicios que venden –¡algunos de ellos hacen buen dinero!– sin nociones concretas sobre el costeo de sus productos o sobre el manejo de sus inventarios; con ideas muy generales sobre técnicas de venta y atención al cliente; y sin un conocimiento cabal del entorno económico y legal en el que operan.
El sector informal es muy fragmentado y disperso. Está conformado por miles de pequeñas unidades productivas que operan de formas muy variadas. Lo único que tienen en común es su desconfianza casi patológica por las regulaciones que se les imponga desde el Estado.
El agrupamiento de estos empresarios emergentes en sitios específicos de la ciudad de Quito fue una iniciativa afortunada. No sólo porque aquello contribuyó a ordenar la ciudad, sino también porque permitió crear un mercado en el sentido económico del término, es decir un lugar donde sus participantes comparten información y se producen ganancias de eficiencia por estar en un mismo sitio.
Vayan uds., por ejemplo, al Centro Comercial Nuevo Amanecer, que queda en El Tejar. Es un sitio muy limpio y ordenado, donde los consumidores pueden comprar con seguridad, comodidad y a precios competitivos. Hay, incluso, parqueos subterráneos.
Los comerciantes de aquel mercado han ido mejorando sus estándares de calidad gracias a que comparten información entre ellos o porque imitan las buenas prácticas de su competidor más cercano. El hecho de estar en un mercado les ha permitido formalizarse cada vez más y les ha hecho entender que seguir las leyes y las reglas no está reñido con el objetivo de su pequeño negocio.
La posibilidad de que los informales retornen a las calles de Quito es una mala noticia para la ciudad, no sólo desde el punto de vista del orden, el ornato y la seguridad, sino también porque impedirá que aquellas personas que buscan ganarse la vida tengan la posibilidad de salir de su estado económico precario.
La vereda no es el mejor lugar para hacer negocios: las compras que se hacen en la calle son de impulso y a precios sumamente bajos; no es posible establecer una relación de largo plazo entre clientes y oferentes; los consumidores no tienen garantías del producto que compran. En pocas palabras, hay más pérdidas que ganancias y los más afectados son los de siempre: los pobres.