Es inevitable. Los pequeños gestos siempre nos delatan. En lo poco, en eso que parece insignificante, quedamos retratados de cuerpo entero. Y si somos tacaños, si somos haraganes, si somos agresivos, si somos desleales o si somos indelicados (podemos ser feos de tantas maneras que asusta) el rato menos pensado, aunque hayamos cuidado el discurso y hasta controlado algunas actitudes, se nos va a notar.
Para no ahondar en la colección de defectos que tenemos, propongo centrarnos en uno: la indelicadeza; que viene muy a cuento a propósito de, entre otros asuntos, las 51 sabatinas que le quedan al Gobierno.
En lo que un psicólogo llamaría acto fallido, el Presidente en su sabatina 476, del 21 de mayo pasado, dijo: “Estamos planeando comprar las carpas y las sillas para no tener que alquilarlas”. Traducción: van a procurar que les cueste menos, o sea van a optimizar los recursos; es decir, van a administrar bien la plata. Y añadió que las cadenas van a ser más cortas y terminarán a las 12:30; supongo que por la misma razón, porque el tiempo aire en televisión (aunque los canales no cobren, hay que producir) no debe salir muy barato.
Saben por qué lo hace: porque a partir de ese día, según aseguró, sus sabatinas ya no las vamos a pagar todos, sino solo sus coidearios. La lógica es impecable: cuando la plata no es ajena sino propia, hay que cuidarla. Eso daría a entender que el principio que rige es: cuando la plata que se gasta es pública no hay miramientos; porque se actúa como si esa plata no le perteneciera a nadie.
Otro ejemplo son las cuentas de telefonía móvil que les pagamos a los asambleístas, aparte de los sueldos de USD 5 000 (que permiten holgadamente contratar un plan telefónico) y los múltiples asesores. Y qué me dicen de los 43,5 millones regalados, en forma de edificio (que casi no se usa), a la Unasur.
Todo esto me hace acuerdo de una frase que escuché durante un año de mi vida: “Money is not an issue”; así, en inglés, solía decirme un jefe que tuve y a mí me parecía fantástico y gastaba. Hasta que la empresa que él y sus tres amigos habían levantado con plata de inversionistas, o sea con plata ajena, quebró.
Por supuesto que las sabatinas no han quebrado al país. Para un gobierno central que ha recibido USD 146 168 millones (por tributos e ingresos petroleros principalmente) los últimos nueve años, unos cuantos millones (es imposible determinar cuántos exactamente pues las cuentas no han sido transparentadas) no pueden ser motivo de quiebra.
Lo que sí son esos pocos millones –ese gesto menor– es prueba incontestable de la indelicadeza con la que se ha manejado la plata pública, que tiene dueño, aunque muchos funcionarios públicos parezcan no saberlo. Ojalá cuando la cuenta regresiva de las sabatinas llegue a cero (recuerden, faltan 51), tengamos la oportunidad de pasarles la factura.