No exagero una pizca si digo que he leído más de cien veces el discurso que Steve Jobs dio a mediados del 2005 a los graduados de Stanford. Me lo pasó por e-mail un amigo salvadoreño poco después de que fuera pronunciado y, desde entonces, lo llevo en mi teléfono para revisarlo cuando quiera.
Aquel discurso de apenas 2 mil palabras atrajo mi atención porque habla –sin aspavientos ni sensiblerías– de temas que me importan como el coraje y la muerte. Cada mañana frente al espejo, dijo Jobs en su discurso, me hago esta pregunta: ¿si fuera mi último día de vida haría lo que tengo planeado hacer hoy? Si la respuesta es ‘no’ durante varios días, agregó el fundador de Apple, sé que mi forma de vivir tiene que cambiar.
La existencia de Jobs se caracteriza por el deseo de mutar cuantas veces sean necesarias para hacer lo que le apasione solamente. No siempre ha querido ser el primero, pero sí ser el mejor: Jobs no inventó el ‘mouse’ pero lo perfeccionó hasta convertirlo en herramienta de uso universal; tampoco inventó el MP3 pero revolucionó el mercado de la música en línea gracias a uno de los inventos más geniales del último siglo, el iPod (Juan Villoro lo compara con el descubrimiento del fuego). Jobs tampoco inventó el teléfono móvil pero su iPhone está redefiniendo los alcances de ese aparato que antes solo servía para hablar.
Ahora, con el lanzamiento del iPad –que, curiosamente, tiene la misma forma de las pizarras de arcilla fresca donde los antiguos griegos aprendían a escribir– Steve Jobs cambiará la industria de los medios de comunicación. En poco tiempo será el receptáculo único a través del cual la gente consumirá todo tipo de contenidos. Expertos dicen que ese aparato llegará, incluso, a reemplazar a la computadora personal.
¿Cómo pudo esta persona que jamás tuvo una formación universitaria producir cambios tan significativos para la humanidad? Además de su inteligencia luminosa está su coraje personal. En una parte del discurso que pronunció en Stanford, Jobs dice algo como esto: ‘La mejor forma de evitar pensar que alguien tiene algo que perder en la vida es recordando que morirá inevitablemente’.
Bien asumido, este argumento es absolutamente poderoso; un verdadero convite a tener una vida de arrojo y acción. ‘Manténganse hambrientos e insensatos’, les pidió Jobs a los graduados de Stanford. Hambrientos de cosas nuevas, nunca arrellanándose en la comodidad de una vida rutinaria. Insensatos para no temer demasiado a los riesgos y aventurarse en iniciativas creativas e intelectualmente desafiantes.
El legado de Steve Jobs es gigantesco y por la profundidad y calidad de sus ideas, podría ser considerado como uno de los grandes héroes de nuestro tiempo.