La guerra del fútbol
El fútbol, como ningún deporte en el mundo, ha despertado pasiones que incluso desataron conflictos bélicos entre Estados. En 1969, tras el anuncio de Honduras de una reforma agraria que beneficiaría a sus ciudadanos en perjuicio indirecto de terratenientes salvadoreños, la ya entonces tensa relación de ambos países llegó a límites insostenibles. Pero el detonante de los enfrentamientos armados fue un partido de fútbol que debían jugar ambas selecciones para buscar la clasificación al Mundial de México 1970.
La FIFA resolvió que el partido de desempate se efectuaría en el Estadio Azteca el 27 de junio de 1969. Ese día en el campo de juego la selección de El Salvador conseguía una victoria de 3 a 2 sobre Honduras y clasificaba al mundial. Inspirados por el triunfo en la cancha, los salvadoreños atacaron aquel día varios puntos del territorio hondureño. El 14 de julio del mismo año se desató una guerra que duró cuatro días. Se produjeron cerca de 6 000 muertos y el conflicto solamente terminó de forma definitiva en 1980 con el Tratado General de Paz suscrito por ambas naciones en Lima, Perú.
A la luz de la razón resulta inconcebible que los seres humanos seamos capaces de llegar a niveles tan absurdos de violencia por la defensa de unos colores o una bandera en un partido de fútbol, pero lo cierto es que en este deporte los aficionados estamos gobernados de forma tiránica por la pasión antes que por la ecuanimidad y la sensatez.
Las cabriolas, giros, rebotes y extraños del balón en una cancha marcan las alteraciones en el comportamiento de un hincha del fútbol que, apenas en un segundo, puede pasar de la algarabía a la desolación, de la cordura al delirio, de la compostura a la imprudencia, de la serenidad a la agresividad, y algunas veces también de la vida a la muerte.
Se ha dicho en muchas ocasiones que el fútbol es un fenómeno social, y, habiendo alcanzado tal nivel de masificación e influencia en el mundo, en efecto lo es. Sin embargo, aquello del amor a los colores, cuando se lo ejerce con intensidad y obstinación, puede terminar siendo no solo un fenómeno psicológico sino también una patología psiquiátrica. Si a esta enfermedad que azota a una gran mayoría de la población mundial le añadimos una pizca de nacionalismo y una generosa porción de morbo revanchista derivada de cuestiones políticas, históricas, religiosas o económicas, entonces se producen absurdos como la llamada guerra del fútbol.
Pero si lo que buscamos es divertirnos durante un mes con uno de los espectáculos más emocionantes del planeta, aunque suframos o deliremos un instante por nuestros colores, pensemos que, al final, todo se reduce a un simple partido de fútbol. Y que a la vuelta de la esquina siempre habrá una revancha.