‘Esclavitud moderna en los campos del Ecuador’, repitámoslo sin cansancio para que lo sepamos, que lo sepan y lo solucionen tanto Gobierno, tanta Asamblea, tanto Ministerio, tanta burocracia… Es, lo que, sin querer, se le escapó a un tal director o gerente chalem: una ‘auténtica película de terror’ lo que se vive y se ha vivido desde hace cincuenta años con distintos ‘arreglos’ concebidos para explotar mejor a los trabajadores y comprometer menos a los dueños, ‘por consejo de sus abogados’… Furukawa tiene 32 haciendas, 25 arrendadas a abacaleros analfabetos, para liberarse de toda responsabilidad laboral. Y adivinen a quién los ‘inquilinos’ deben vender la cosecha de abacá, la que les cuesta vidas: ¡a Furukawa, pues! Y así sigue esta sujeción terrible, esta servidumbre, porque temen con razón el hambre, la falta de trabajo, a pesar de tanta e inicua inequidad. Los furukawa y sus secuaces chalemes y almeidas, ricos, millonarios; los que proveen la fibra, ellos y sus familias, en la miseria por generaciones… Y nuestra fibra explotada por extraños, ¡tal es nuestro destino?
Sí, lector, el abacá, la fibra del futuro, como la llama la FAO, llena de promesas… Japoneses y filipinos, sujetos ecuatorianos al frente, con afanosa codicia protegen este oprobio, esta esclavizadora explotación. Debo a Sara España, de El País, la terrible noticia. Cómo no reproducirla, entrecortada. Cuento, y quiero gritar que es deber de mi país conocer y reconocer, juzgar y cortar, y es deber de los fukurawas, si alguno aceptan que tienen, resarcir a cuantos trabajadores pasaron por sus malditos campamentos, no solo a los presentes. Cortados dedos y piernas y manos y brazos y cuellos y caras, indefinidamente, sin otra esperanza que recibir miserias por la entrega de sus vidas, las de sus esposas e hijos. Barracas sin baños albergan en espacios ínfimos a familias enteras. Sin agua potable, sin luz –los dadivosos japoneses ‘regalaron’ un generador que se enciende tres horas diarias ¡con combustible comprado por los trabajadores!-. Con guantes de caucho para lavar platos se defienden de hojas afiladas, de machetes y máquinas que por poco se tragan dedos, brazos, manos, piernas. Delantales, pañuelos, todo inadecuado, lo compran los trabajadores indefensos. Y el tal almeida dice que él ‘no está para conocer esas minucias’.
“Los cortes en manos y pies por esa labor son frecuentes. Las mujeres ‘tusean’ la fibra con rudimentarias herramientas: cuchillo y guantes comprados por ellas”. Manos y articulaciones deformes, aun en plena juventud. ¿Hasta dónde, hasta cuándo la horrible imaginación de ladronicio internacional pervertirá a abogados, a jueces, acabará vidas en esta espiral de dolor y esclavitud cincuentenarias?
Los padres sacan a sus pequeños de la escuela por falta de recursos. Sus denuncias caen en saco roto: ni sueldo básico, ni seguridad social ni beneficios.
‘Reventados los poros de su rostro, cuenta que empezó como ‘tusero’ a los 13 años’ y sigue ahí y así…
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