En un país novelesco, imaginario, destacaba una intensa y prolífica labor de una mayoría de asambleístas, tan pero tan productiva, que ocasionó un tremendo agotamiento físico, moral e intelectual a los brillantes legisladores. Su destacada gestión, propia de integrantes del primer poder del Estado, tuvo tanta efectividad que elaboraron algunas leyes trascendentales para la vida de este quimérico país, entre ellas el Código de Salud, la Reforma Laboral, La Nueva Ley de Seguridad Social y muchas, muchas más. En su ejemplar accionar, nunca concedieron impunidad, o perdón y olvido a dirigentes indígenas de hordas que aterrorizaron a la principal ciudad de esta república ilusoria, ni a delincuentes comunes que se hallaban cumpliendo condenas por delitos o que se habían hecho acreedores a medidas sustitutivas, como portar grilletes. Nunca trataron de romper el orden constitucional, ni de destituir ilegalmente al presidente de la república, ni atentaron en contra de las instituciones; al contrario, su actuación gestora de cambios revolucionarios, al retomar su trabajo, después de haber gozado de un justo descanso reconfortante en la vacancia legislativa, por navidad y año nuevo, decidieron, en el clímax de su portentosa inspiración, concretar un hecho de enorme repercusión histórica: el establecimiento del “Día Nacional del Bizcocho, Manjar y Queso de Hoja”. Este importantísimo suceso absorbió parte del tiempo que los sabios representantes populares debían desperdiciar en el tratamiento de asuntos baladíes como proponer leyes orientadas a combatir la inseguridad, el crimen organizado, el sicariato, el narcotráfico y la corrupción que asolaban a esta comarca ficticia que podría ser enaltecida con otras honrosas designaciones, entre las que destacaría el ”Día Nacional de la Fritada, Tostado y Llapingacho” …¿para cuando?