Los sesenteros y setenteros en nuestra adolescencia y juventud fuimos influidos por el movimiento estudiantil de Tlatelolco y Guayaquil, por mayo del 68, por los Beatles, Woodstock, la paz y el amor, la lucha del pueblo vietnamita, Allende, la música andina y sobre todo por la emblemática y poderosa figura del Che Guevara.
Fue una época de ruptura, mágica, creativa, rebelde y crítica frente a todos los poderes y tradiciones. El pelo largo, la minifalda, el amor libre, “prohibido prohibir”, y la bomba molotov fueron el signo. El que no era revolucionario estaba fuera del planeta en una Latinoamérica llena de dictaduras militares, unas blandas otras feroces.
El Che más que el guerrillero heroico, el teórico y práctico de la lucha armada era la evidencia del sacrificio de la propia vida por un ideal, de la superación de condiciones de salud adversas por participar de una lucha social; era la expresión de la sindéresis entre el discurso y la práctica, de la solidaridad extrema, la generosidad, el perdón y el cuidado al enemigo; de la sencillez, la austeridad y de la firmeza inclaudicable por los principios, del combate contra la corrupción. Era el más alto representante latinoamericano de la lucha no sólo por un mundo nuevo, por el socialismo, sino y sobre todo por la construcción de un hombre nuevo.
Contaba el Che Guevara en sus ‘Pasajes de la Guerra Revolucionaria’ sobre su relación con el enemigo, en medio de los combates armados en Sierra Maestra, que en su condición de médico: “nos retirábamos, luego de atender lo mejor posible a los enemigos…” (a pesar de afectar las reservas para nuestras tropas)… se entregaba todas “las medicinas disponibles para el cuidado de los soldados heridos”.
Ya en el ejercicio del gobierno revolucionario, sobre el tema de la corrupción señalaba en otro texto: “No permitíamos robar ni dábamos puestos claves a quienes sabíamos aspirantes a traidores”. Reclamaba que hay que: “denunciar y castigar en cualquier lugar en que asome algún vicio que vaya contra los altos postulados de la revolución”.
Ese fue el Che. No solo un transformador social y político, sino y sobre todo un revolucionario ético. ¿Mas qué queda de él? Luego de lo que hemos visto en estos años, parecería que solamente un fetiche, la imagen mítica para adornar una camiseta o una bandera o para ser cantado su nombre a viva voz con nostalgia lacrimógena en las tarimas, al calor de unos tragos, luego de algún triunfo electoral, por los sesenteros y setenteros que todavía quedan en el poder y por los noveleros “pelucones” u oportunistas más jóvenes que seguramente nunca leyeron o conocieron algo de su vida.
Sin embargo, para aquellos, setenteros o no, que no estamos en el poder, sigue y seguirá siendo un ejemplo para inspirar la construcción de una nueva sociedad y humanidad.