Llevada al cine al menos siete veces, La Feria de las Vanidades es un clásico de la literatura inglesa en el que William M. Thackeray satiriza a la sociedad del siglo XIX.
No hay un héroe reconocido; todos tienen “defectos”. La vanidad, la codicia, la hipocresía y el oportunismo marcan a los personajes. No pretendo analizar la novela; tomo prestado su nombre porque ilustra la campaña electoral ecuatoriana que está por terminar, así como al liderazgo del país.
Escalar posiciones en la sociedad y mejorar su hoja de vida habría sido el mayor aliciente de numerosos candidatos que, sin tener posibilidad alguna, se inscribieron y han hecho campaña con dinero del Estado, para terminar sin pena ni gloria, pero nutriendo su descomunal ego.
En estado de estupefacción porque el fantasma de la corrupción ronda las más altas esferas del poder, los ecuatorianos van a las urnas el 24 de marzo próximo, sin mayor emoción para escoger 5.675 cargos de entre 81.278 candidatos de 278 organizaciones políticas, a la mayoría de los cuales los electores jamás habrán visto ni oído.
La promoción en los medios, en especial en las radios, de ese espectacular número de candidatos ha sido absurda. Una andanada de cuñas de 10, 15 o más candidatos en seguidilla, con las más variopintas propuestas, no ha dejado nada en la mente del elector, por más que algunos han recurrido a las ofertas que siempre emocionan a la gente.
Exhibirse como redentores tampoco habrá servido a aquellos que han sufrido desdoblamiento ideológico, al presentarse hoy con camiseta y movimiento distintos a los de pasadas campañas. La gente se pregunta cuándo fueron honestos: cuándo abjuraban de esos principios o ahora que los promueven; por eso, los rechazan.
La campaña será recordada también por los desatinos de ciertos dirigentes que escandalizaron al compartir tarima con procesados por la justicia y glosados por la Contraloría, solo por la perspectiva de futuros votos.
Y por aquellos en quienes la lucidez fue superada
por el autoritarismo del dueño del partido para imponer nombres para relevantes posiciones, sin análisis ni mediciones previas. Lo más probable es que hayan quemado buenos prospectos y se hayan hecho harakiri político. Hoy, los habrían abandonado para enfilarse a dar batalla en la otra elección sustantiva del 24 de marzo que cohesiona más al país: las 3 papeletas para designar miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (Cpccs).
Acabar con este engendro gestado para que un autócrata controle todos los poderes del Estado es obligación moral, pero no se sabe cómo. Nada dice la Ley sobre el efecto legal de una mayoría de votos nulos. Encontrar una solución es el reto supremo para la autoridad electoral y el liderazgo nacional que, venciendo su ego y su vanidad, deben encarar el mayor desafío constitucional en décadas, y dar una salida al país.
Columnista Invitada