Farándula y mass media son uno. Su progenitor, el mercado. Las sociedades se escinden al momento de calificarla. Alimento para unos, veneno para otros; el más efectivo narcotizador de masas. La farándula cumple un papel sustancial en la sociedad por su inagotable contacto con ella y por los beneficios y secuelas que deja.
A la farándula se la menosprecia por hueca y frívola, pero es inevitable hablar de ella ya que vive arraigada en la matriz de la sociedad. El universo mediático que nos engloba y manipula muestra una galería sinfín de diosecillos de barro que convocan y subyugan. Las celebridades van despojándose de su oropel, pero mientras dura su esplendor nos mueven a su capricho. Lejanos, inaccesibles, soles que abrasan y ofuscan, los nuevos ídolos nos maravillan y subordinan.
Así, divas y divos, actrices y actores de cine, cantantes, futbolistas, magnates, politicastros, capos de la mafia –sueño de millares de adolescentes es ser o parecer Pablo Escobar o Chapo Guzmán– rondan nuestra memoria. Usuarios, fanáticos, censores e indiferentes consolidan y subliman el cosmos de la farándula. Enquistada en periódicos, revistas, radios, TV, internet, la farándula es la reina.
Farándula: mito y espectáculo. La cultura ‘culta’ la repudia, las masas la glorifican. (Para la mayoría: mundo mágico que aligera las miserias de la vida). Ficción y realidad. Los nuevos dioses son ‘marcas’: Shakira, Michael Jackson, Maradona, Daddy Yankee, Bad Bunny… Imágenes que reverenciamos y deificamos, pero que, a la postre, devienen productos enlatados.
¿Alguien se acuerda de Lauren Bacall, James Dean, Di Stéfano, Axl Rose, Bobby Moore…? Los medios comunicacionales edifican la fama. Las redes y una colección de plataformas digitales están superando ya a la TV, aunque con sus mismos artilugios los avienten a cielos e infiernos en un santiamén. Los famosos son humanos y como tales pasan de moda; su desvanecimiento es inevitable: tierra de tierra. Ceniza, olvido.