¿Se ajusta totalmente a la realidad histórica la película chilena ‘No’, que está compitiendo por el Oscar a mejor película en ‘lengua foránea’? La respuesta es: ‘No’. Como tampoco reflejan exactamente los hechos históricos ‘Argo’ y ‘Lincoln’, que también pretenden la estatuilla. Por ello, las distorsiones que presentan estas películas han sido motivo de reclamos que despiertan el antiguo debate sobre los límites entre ficción y realidad. Y sobre los efectos de la desinformación.
Así, al ‘Lincoln’ de Spielberg se le acusa de denigrar a los representantes de Connecticut, que en 1865 estuvieron por la abolición de la esclavitud y aquí aparecen votando en contra. Y en Chile, viejos militantes políticos que participaron en la lucha contra Pinochet en la época que precedió al plebiscito de 1988 -que es el tema de la película-, han señalado que esta deja de lado la organización política, la resistencia y el sacrificio de muchos chilenos de a pie. Larraín, el director de ‘No’ –cuyo protagonista es encarnado por Gael García–, aduce que la película no es un tratado de época sino una pieza arbitraria sobre los hechos. Añade que para el primer corte tuvo “todo” en cuatro horas y media de filmación pero que privilegió el tema de la campaña publicitaria. Una campaña al estilo Coca-Cola que sirvió para derrotar al dictador, quien según un titular inolvidable “corrió solo y llegó segundo”.
Varias películas suelen partir de novelas históricas. Pero el lenguaje cinematográfico es muy sintético y debe montar su relato con mucha economía de imágenes, en hora y media o dos horas, mientras la novela histórica puede extenderse 600 páginas y recurrir a mucho más licencias poéticas, presunciones y alteraciones de la realidad. Una tradición literaria de siglos nos lleva a aceptar las libertades imaginativas del novelista, mientras que al cine le exigimos más fidelidad quizá porque su presencia es más contundente y estamos acostumbrados a que las pantallas de los noticieros nos presenten “la realidad”. De hecho, tanto ‘No’ como ‘Argo’ recurren a noticieros reales de la época para reforzar la verosimilitud de sus relatos.
Hace algunos años, en Ecuador, una producción de televisión basada en la novela ‘Sé que vienen a matarme’, de Alicia Yánez, fue cuestionada por la alteración de algunos hechos históricos y la deformación esperpéntica de la figura de García Moreno. El punto es que la inmensa mayoría del público, que no lee novelas de ese tipo, mucho menos tratados históricos, se queda con la versión de la pantalla como si ésta fuera un reflejo fiel de la realidad. Los creadores defienden su libertad de interpretar estéticamente la historia; los académicos y los políticos suelen cuestionar la desinformación. Yo pontifico: “Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no alumbre”.