Se me ocurren tantas cosas que pudiéramos hacer con los USD 617 596 que mensualmente botamos al agua. Sí, nosotros, los contribuyentes, desperdiciamos cada mes ese monto en sueldos para asambleístas (sin contar lo que les pagamos además a sus asesores). Para promediar, multipliquen esa cifra por los varios años que llevamos en este sinsentido y pónganse a llorar, a gritar o a convulsionar; según su nivel de indignación y dotes expresivas.
¿Qué tipo de sociedad permite que la timen de esa manera? Deberíamos entrar en algún libro de récords o de curiosidades. Y junto al mapa del Ecuador podría ir un texto que diga algo así: 16 000 000 de personas destinan más de USD 600 000 cada mes para que 137 empleados públicos no hagan nada.
Es justo aclarar que si la Asamblea Nacional no cumple con las funciones para las que existe no todos los que la integran tienen la culpa. Hay gente que intenta pasar una ley crucial, debatir temas vitales en el pleno o denunciar y sancionar políticamente el robo de las arcas públicas. Pero son tan pocos que ni su voluntad ni sus votos alcanzan. Y pagarles un sueldo a ellos es también un desperdicio; no sacamos nada con sus buenas intenciones.
El resto –que todavía es mayoría– utiliza su legitimidad electoral para levantar la mano, entrampar cualquier solicitud con postergaciones y otras mañas, y así no dejar que los temas fundamentales sean tratados en el pleno; ah, y para seguir cobrando su sueldo, sin falta.
Entonces, comatosa, la institución política más importante del país permanece postrada sin cumplir las funciones que le corresponden, como podemos constatar casi a diario cada vez que una crónica de Roberto Aguilar retrata de forma hiperrealista el vergonzoso proceder de eso que llamamos (no entiendo por qué) Asamblea Nacional.
No es una asamblea porque allí no se permite la discusión de asuntos de interés común ni se toman decisiones al respecto (“¡Bendita sea la sangre de Cristo!”, dirá el señor que estos días tuitea desde la cárcel). Ni es nacional porque desde el 2009 sirve solo a los intereses de un movimiento político. Sería justo entonces que ese mismo movimiento pague los sueldos de los asambleístas que en lugar de legislar para todos los ecuatorianos, lo hacen apenas para un puñado de mandamases.
Si no es así, no se explica cómo estos mostrencos (en la segunda acepción de la palabra) se dan el lujo de no pedir cuentas ni asignar responsabilidades políticas en casos de abuso sexual en instituciones educativas que han destruido las vidas de cientos de niños y de sus familias. Estos señores y señoras que el lunes le lavaron la cara al exministro que hoy es su compañero de bancada no pueden ser más que enemigos a sueldo de sus mandantes. Como dicen por ahí: Hay caritas que se prestan. Sí, las nuestras. Y, muéranse, hoy les estamos pagando la quincena.