Los ecuatorianos no conocemos una guerra a gran escala. Si bien se puede hablar de conflictos bélicos, sobre todo en 1941, los enfrentamientos de la segunda mitad del siglo pasado son comparativamente pequeñas escaramuzas, frente a las que vividas por otros países. Y a pesar de que eran pequeñas, crearon problemas en el país: hubo muertos, hubo serios inconvenientes en las economías y, sobre todo, ese desconcierto y ese agobio al ánimo que se sentía cuando las balas se cruzaban a cientos de kilómetros de la capital y en una región a la que difícilmente irán la mayoría de ecuatorianos.
El escenario que hoy se vive en Europa es totalmente distinto. Y se repiten esas imágenes de destrucción, dolor, desesperanza y migración obligada de miles de personas. Además, es el enfrentamiento de un país pequeño, como Ucrania, ante Rusia, que tiene uno de los ejércitos más fuertes del mundo, heredero de la URSS que, para muchos, fue el país que en realidad derrotó a Hitler en la II Guerra Mundial.
Ahora, tras el ataque al puente que une Crimea con Rusia, el presidente de esta, Vladimir Putin, ordenó un ataque masivo a varias ciudades ucranianas. Las imágenes que llegan a través de la televisión, de las agencias de noticias y las redes sociales son desalentadoras. Esta guerra es internacional: la sufren los que viven en las urbes asediadas; lo vive la humanidad con sus repercusiones económicas. Y hay zozobra: muchos creen que puede desencadenarse una guerra mundial. Europa lo siente cada vez más cercano; Estados Unidos dice que es algo lejano todavía. Moscú, en todo caso, ha descartado que usará su arsenal, pero sí sostuvo que el conflicto puede llegar a niveles descontrolados por el apoyo de Washington y Europa a Ucrania.
Es de confiar que no ocurra. Tras la II Guerra Mundial, el mundo vivió la Guerra Fría hasta los años 90. Y los que vivieron esos años recordarán el temor a una extinción humana por el uso de la bomba atómica. Ahora, ese sentimiento está reapareciendo y no es agradable. La humanidad tiene el derecho a vivir en paz, pero los egos nacionalistas siempre serán su amenaza.