Leopoldo Benítez se adelantó a las reflexiones actuales y describió con certeza: ‘Ecuador: drama o paradoja’. A tan elocuente sentencia la historia ha logrado convertirla en arte de la narración y parte de la historia nacional.
Drama, pues el territorio fue desmembrado desde los inicios en que Colombia, luego de una guerra incorporó Pasto, Popayán y Buenaventura, siguió con las pretensiones de 1859 de repartirse el patrimonio entre los vecinos , a continuación el Tratado de Leticia hasta el Protocolo de Rio de Janeiro y la Paz de Brasilia.
En la paradoja, un país con una singular acta de nacimiento – independencia: la Gran Colombia. Estado – pero que luego de muchos avatares, continúa libre y soberano; es decir autogobernado y reconocido por la unanimidad de las naciones del orbe. Nunca ha pretendido una fragmentación y solo afanes electorales federalistas de buena fe deben ser interpretados como procesos al interior de un único estado.
Como países similares ha sido víctima del populismo, pues sus partidos políticos nunca alcanzaron vuelo. Este extraño país, sin embargo tiene méritos que aún no han sido reconocidos: es una comunidad pacífica, regionalista, pero unitaria . A diferencia de otras latitudes, el Ecuador salvo los conflictos de la revolución liberal, no registra sucesos violentos y represivos en su lucha por el poder.
No registra guerra de guerrillas; su palacio de gobierno no ha sido bombardeado por sus fuerzas aéreas. Sus ríos son frondosos, pero en sus aguas no se han arrojados a enemigos políticos por naves con bandera nacional. Tiene un ciclo formalmente democrático desde 1979, pero no logra superar la edad del líder, la masa, el círculo y la bicéfala realidad de lo que se ofrece y lo que se hace.
Su populismo es primario. Se parece a los líderes del siglo XIX que a formaciones ideológicas y modernas de los tiempos actuales. Por eso, dicen que en algunas bibliotecas la obra de Leopoldo sigue inquieta, por supuesto, brillante.