La tragedia griega –tal vez sería mejor llamarla telenovela, a estas alturas– es, entre otras cosas, una gran vitrina para mirar el comportamiento de esos dos personajes que deben convivir forzosamente en el mismo espacio y que, la mayoría de las veces, no pueden entenderse. Me refiero, por supuesto, a los economistas y a los políticos, dos bichos permanentemente denostados por los votantes de todos los países, aunque por motivos diferentes, claro está.
En el caso de Grecia, el premier Tsipras pidió, a finales de esta semana, un paquete de ayuda financiera equivalente a 59 000 millones de dólares (más de la mitad del PIB ecuatoriano). A cambio, el Gobierno de Atenas se comprometería a adoptar un paquete de medidas que es prácticamente idéntico al propuesto por el Eurogrupo.
Esto no tendría nada de extraordinario si no fuera por que, días antes, el propio Tsipras había pedido a sus compatriotas que rechazaran esa misma propuesta europea, ya que la consideraba no solo desastrosa para la economía sino, además, “humillante” para el pueblo griego.
Las medidas exigidas por el Eurogrupo –y ahora aceptadas casi en su totalidad por Tsipras– contemplan aumentos del IVA, la eliminación de exenciones tributarias, la terminación de subsidios agrícolas, la reducción de las pensiones jubilares y el aumento de la edad mínima para retirarse; la venta de activos estatales y la privatización de empresas públicas del sector eléctrico.
El único punto en el cual Tsipras no ha querido transigir es en la reducción del gasto militar, seguramente porque está calculando que va a necesitar del apoyo de la milicia griega para sostenerse en el poder, si es que llega a poner en práctica todas aquellas medidas.
Los gobernantes griegos son los principales responsables de la grave situación que vive su país. Como casi la mayoría de políticos del mundo, no entendieron –o no quisieron entender– un concepto sencillo: que es imposible gastar por mucho tiempo, más de lo que se tiene. A eso, los economistas le llaman “restricción presupuestaria”, un concepto indispensable a la hora de poner en marcha políticas públicas viables.
Si bien los economistas comprenden el principio contable de la doble partida –sobre el que descansa cualquier presupuesto sano– seguramente no son capaces de entender que la paciencia de los ciudadanos es corta y que la dinámica política exige mostrar resultados rápidos a los votantes y a la oposición. Esa urgencia provoca que los políticos tomen el camino fácil y busquen resultados inmediatos, abriendo indiscriminadamente la llave del gasto.
Cuando los recursos se agotan, los economistas entran en escena para prescribir ajustes duros pero necesarios, echando por la borda los proyectos políticos de gobernantes que, en su momento, ofrecieron el paraíso a sus conciudadanos.
@GFMABest