Que el 2015 iba a ser un año difícil en lo económico ya había sido advertido, incluso por el mismo Gobierno.
Se complicó más por cuanto, fuera de toda consideración inicial, a términos del 2014 descendió de manera importante el precio de nuestro principal producto de exportación. Si bien este se estabilizó a mediados de año, la pérdida de ingreso provocada afectó de manera importante a la liquidez de la caja fiscal.
Para evitar depender de esa volatilidad, importantes sectores siempre clamaron porque el modelo a aplicarse considere al inversor privado, local o foráneo, un aliado importante y necesario. Repararon que no se podía esperar que el Estado lo abarque todo y que la participación de lo público superase a lo privado, simplemente porque a través del tiempo, como los hechos lo están revelando, los recursos serían insuficientes para satisfacer los gastos, con la consecuente constricción del crecimiento de la economía en general.
Pero se optó por insistir en privilegiar lo estatal. Consecuentes con esta visión se diseñaron leyes en lo económico, laboral y tributario que pusieron presión sobre el sector privado, salpicados de discursos descalificadores. Por ello, quien se dedicaba a hacer empresa poco menos que se convertía en una persona de la que había que desconfiar, a la que los poderes públicos debían observar y vigilar porque, según la visión imperante, no estaban en armonía con los cánones revolucionarios.
Adicionalmente, se dieron hechos que pusieron en alerta a los agentes económicos. Se produjo una reestructuración en la justicia, en la que el propio Ejecutivo se adelantó a decir que le acusarían de meter sus manos. Si bien se pueden esgrimir encuestas, que señalan que el ciudadano común tiene una mejor percepción de la administración de justicia, no es menos cierto que los actores económicos, que cuentan con equipos de asesores, recelan que en las discusiones con el Estado la balanza se inclinará por desechar los reclamos de los particulares, dejando flotar en el ambiente una sensación de indefensión.
A eso se suman iniciativas y discursos que continúan enfilando en contra de la iniciativa privada, lo que ha tenido como respuesta que -a más de los factores exógenos nada favorables- el ambiente interno se enrarezca para nuevos emprendimientos, coadyuvando a esa sensación de parálisis el percibir por donde transitan las nuevas iniciativas oficiales.
Para cambiar esas percepciones son necesarias señales que determinen el cambio de rumbo. Primeramente, controlar la arremetida verbal en contra de cualquiera que opine distinto al credo oficial. Luego, crear las condiciones necesarias para que se pueda atraer inversión sin dejar en el horizonte dudas acerca de que, en el corto o mediano plazo, se cambiarán las reglas del juego a conveniencia de las urgencias fiscales. Solo así se puede echar a andar la maquinaria productiva para que recupere el papel protagónico que ha tenido por décadas y tome la posta para impulsar un crecimiento que realmente pueda sostenerse en el tiempo.