El arte de la prestidigitación consiste en dirigir la atención del público para que no se dé cuenta de lo que tiene ante sus ojos. En el corazón de la crisis económica del país, el juego de manos adoptó la forma de una confrontación entre bandos de la clase política, que pugnan por el poder, con el juicio político al presidente de la república de por medio.
Los escándalos de última hora, con certeras sospechas sobre un atraco a los fondos públicos fríamente calculado, no por delincuentes comunes, agravan los efectos de la gran paradoja nacional: la presencia de grandes fortunas amasadas con viveza criolla, coexistiendo con una mayoría silenciosa en situación de subsistencia precaria.
La economía está relegada, no hay inversión pública para reactivar al sector productivo y crear capacidad de consumo, que apuntalen al crecimiento con generación de empleo. Al contrario, la preocupación fundamental se encuentra en reducir el déficit y el gasto público, cuadrar las cifras, mantener una reserva para un destino incierto, limitar la capacidad de control de la Contraloría o apostar por el libre comercio, que no existe.
El país vive una etapa que se agravará aún más en los próximos años, cuando se deba pagar la deuda externa, que ya se acerca a niveles sin precedentes. Pero el gobierno sigue anclado a la bondad de los préstamos externos para remediar en parte las consecuencias de las tragedias vividas por la gente pobre, como consecuencia del clima.
El dogma neoliberal no cede, pues no se contempla la posibilidad de utilizar una parte de los recursos de la reserva para fines emergentes y de beneficio nacional, como aliviar parcialmente la necesidad de recursos productivos.
La prestidigitación funciona, pues el país se obnubila con los “análisis” de las redes sociales, que opinan con autoridad ante la ausencia de la academia, de los colegios profesionales, de los centros de investigación, cuyos aportes y orientación espera el país.