Dueños de la historia

Cada día es más manifiesta la intención de los gobernantes de refugiarse e identificarse con el pasado lejano. Tal como ha sucedido y sigue sucediendo con otros refundadores, la llamada revolución quiere asirse cada día con más fuerza, como si solo le pertenecieran a ella, a actos y personajes destacados de la historia.

Pero todos somos hijos de un pasado común, y si bien es nuestro deber iluminarnos con sus mejores ejemplos, sobre todo debemos ser hombres de nuestro tiempo. A los gobernantes les toca responder por el presente y trazar las líneas a futuro. Ya la historia se encargará de decir si tuvieron el mismo temple o la misma visión que los precursores.

En estas últimas semanas -el Informe al País no fue excepción- hemos asistido al perfeccionamiento de un discurso en el cual el presidente Correa, al frente de su pelotón de ministros y funcionarios, reclama un espacio en la historia y traza paralelismos inadmisibles entre el 2 de agosto de 1810 y el 30 de septiembre del 2010; y pretende comparar las circunstancias que rodearon el asesinato de Eloy Alfaro con las actuales, para declararse víctima, y a la prensa, victimaria.

Si se quiere hacer historia, no desde un revisionismo interesado sino con fines formativos, hay que tomar a los hechos y personajes en su contexto y en su momento histórico. Hay que hacerse cargo de los intensos claroscuros que rodearon a grandes hombres como Alfaro. Por lo demás, y en rigor, son casi inexistentes las coincidencias entre las ideas liberales del Gran Luchador y las del socialismo de Correa.

Ya que hay tanta preocupación por revisar la historia, no vayamos tan lejos y veamos qué hacían, por ejemplo, los actuales operadores de la revolución en épocas recientes o en momentos críticos como la tan citada crisis bancaria. No ha quedado registrada ninguna declaración suya; quizás alguno estaba ocupado en su estudio jurídico al servicio del socialcristianismo, otros dedicados al mercadeo político de entonces, otra más perfeccionando las recetas “neoliberales” y alguno templando la lira para cantar al gobernante de esa hora.

Pero quieren declararse dueños en propiedad horizontal de todos los actos heroicos y de todos los personajes que les interesan. No solo están los mártires de la Independencia, Simón Bolívar y Alfaro, sino que tratan de apropiarse de Eugenio Espejo quien, como es lógico, jamás habría estado del lado del poder. Hay por ahí un defensor del pensamiento oficial que tiene el mal gusto de opinar en el anonimato como “Duende Espejo”, como si su circunstancia se pareciera en algo a la que vivió el precursor.

Esta manipulación es chocante y no conduce a nada.

Los dueños de la historia, además, debieran tener presente que el mayor legado de las convulsas y dolorosas épocas formativas del país es la convivencia civilizada, algo que sus supuestos herederos únicos insisten en olvidar.

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