Disparos en el pie

Andrés Sánchez

No es secreta mi orientación política: creo que es más eficaz y consistente un pensamiento liberal clásico que las utópicas y, no pocas veces, peligrosas ideologías de la izquierda. Creo, firmemente, que en el liberalismo clásico se puede dar esa esquiva mezcla entre equidad y libertad; más aún, creo que sin la libertad la equidad es imposible.

Aun cuando hay varios intelectuales de izquierda que han sido vitales para entender muchas de las condiciones de la sociedad y muchos a los que admiro por sus posiciones (pienso en los fundadores de los estudios culturales en Inglaterra en la década de 1960 -Richard Hoggart, Stuart Hall, E.P. Thompson-, en algunos marxistas iniciales como Mariátegui, o en muchos escritores de izquierda como Cortázar), siento que la búsqueda de una equidad para todos termina coartando todas las libertades y, como bien lo escribió George Orwell en su ‘Animal Farm’, algunos se vuelven más iguales que los otros: basta ver los boliburgueses venezolanos, la Década robada de los Kirchner (como bien lo documenta Jorge Lanata en su libro homónimo), los bolsos de miles de dólares de la dinastía norcoreana o la corrupción de Erich Honecker, Ceaucescu y otros más.

Pero los hechos de estas semanas han sido reveladores para entender la ineptitud y la idiotez de la izquierda colombiana, menos preocupada por su futuro que por mantener un poder endeble. Quiero recopilar esos disparos en el pie en estas líneas.
La segunda entrada de Todas las almas habló de cómo uno de los “inamovibles” de las FARC (la liberación de Simón Trinidad) sería un impedimento para el desarrollo de los diálogos de La Habana. Creí que era el primero de muchos obstáculos para llegar a la paz y, lamentablemente, el tiempo me ha dado la razón: durante los cuatro años que ha durado el diálogo de La Habana, las FARC se han dedicado a desprestigiarse cada segundo. Las FARC han tenido poco tacto para asumir unas negociaciones que no son con los delegados de Santos en La Habana, sino -a futuro- con el país que los verá en las urnas.
Pareciera que Iván Márquez, Tanja Nijmeijer, Carlos Lozada, Catatumbo, Santrich y Romaña vivieran en los sesenta de nuevo. O, cuando menos, en la época del Caguán, cuando eran amos y señores de un territorio más grande que Suiza.

Pareciera que las FARC no han comprendido que sus discursos retrógrados y acciones, lejos de beneficiar su futuro como partido político, benefician a sus opositores más directos: el Centro Democrático y Álvaro Uribe. Colombia, siendo un país conservador en respuesta a los 50 años de guerrillas marxistas-leninistas-maoístas-guevaristas-hoxhistas, ve su ideología conservadora reforzada con los disparos que las FARC le hacen a su futuro y, por extensión, al de la izquierda en Colombia, ya vapuleada por la corrupción de Samuel Moreno en Bogotá, la ineptitud de Gustavo Petro y la alianza nefasta entre la izquierda y el sindicalismo más radical y más anquilosado.

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